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Clave de Sol



Silencio. Caminando entre las grises hojas de los mustios árboles, silencio. En el encapotado cielo ennegrecido, silencio. De vez en cuando, algún pájaro hacía ruidos monótonos y lejanos... Simplemente otro tipo de silencio. Laina trataba de buscar allá por donde sus pasos la guiaban, algo distinto, algo diferente a aquel sordo y, a su vez, estremecedor silencio. Sus pasos eran meros golpes en aquel mar insonoro. Sus manos se balanceaban a un lado y al otro mientras caminaba, siguiendo un patrón repetitivo, pero estaban yermas y en silencio; Como el resto de cosas de aquel mundo.

Laina suspiró con abatimiento y siguió caminando hacia su casa. En el camino, alzó la cabeza y trató de buscar... ese algo en el resto de personas con las que se cruzaba. Pero todos mantenían la mirada clavada en el suelo, tan mustios y apagados como el cielo que se extendía sobre sus cabezas. Todos caminaban sin prestar atención a los demás. Todos caminaban en silencio.

Incluso el edificio en el que vivía, de color rojo, que era la única casa de aquella ciudad que estaba pintada, parecía tener un matiz insípido y triste... Aunque bien podían ser solo impresiones de Laina. Entró a su casa y se quitó la chaqueta sin hacer ruido. Se acercó a la cocina y comenzó a prepararse un caldo para cenar. Ese día había llegado bastante tarde, y por desgracia no podía permitirse el lujo de malgastar el poco tiempo que le quedaba preparándose una comida más elaborada. El resultado fue que la sopa estaba tan sosa que se le quitaron las ganas de comerla. La apartó un poco y apoyó los brazos sobre la mesa, indescriptiblemente triste. Y lo peor de todo era que Laina no sabía el por qué de su tristeza. Tenía un buen puesto de trabajo, con el que conseguía suficiente para permitirse algunos lujos, tenía a su familia a la vuelta de la esquina, tenía incluso un grupo de amigos con los que quedaba de vez en cuando para hablar. Y sin embargo... sentía que su vida estaba vacía y que carecía de sentido. Lo único que realmente le alegraba era visitar a su abuela. El único ser que realmente parecía tener una pizca de gracia en aquel mundo de monótonos robots. Su abuela siempre le había insistido en que sonriera, en que gritara a los cuatro vientos sus pensamientos, en que fuera diferente. Y su abuela había sido el motivo por el cual Laina había decidido pintar su casa de color rojo. Tuvo muchos problemas con el gobierno por eso, pero al final consiguió que la dejaran en paz con su hogar diferente al de los demás.

Por eso, ahora que su abuela se había... marchado, Laina se sentía más sola y más vacía que nunca. Suspiró con pesar, y entonces el sonido del teléfono la sacó de su ensimismamiento. Era un sonido estridente y sin gracia, y el más molesto que Laina había escuchado hasta la fecha.

—¿Diga?— preguntó Laina usando, sin querer, el tono monótono y neutro con el que solían hablar todas las personas, y del que su abuela se había estado quejando a lo largo de su vida.
—Laina, soy mamá. Tienes que venir a casa cuando tengas un momento. Hemos encontrado algo de la abuela.

La chica le dijo que iría en un segundo, olvidando por completo el resto de sus preocupaciones. Se vistió y se dispuso a salir de nuevo. Mientras, pensaba en la conversación con su madre... Sabía que ella la quería y que era su tesoro... Pero no podía evitar pensar, por su manera de hablar, que su madre era un ser frío y sin sentimientos. Sacudió la cabeza y desechó aquellas ideas reprimiéndose por haberlo pensado siquiera. Ella misma acababa de hablar así, y no por ello dejaba de querer a su madre.

Llegó a casa de sus padres quince minutos después. La recibieron con un abrazo, contentos de verla, pero mostrando un rostro inexpresivo. Laina se esforzó por no mantener el rostro serio y les sonrió a ambos. Y casi sin querer, la sonrisa acudió a la boca de ambos padres:

—¿Cómo estás, Laina? ¿Qué tal el trabajo?
—Muy bien, he conseguido que me asciendan y ahora tengo un nuevo puesto... Tengo mucho más trabajo, pero estoy contenta con los jefes y los compañeros—Laina se esforzó mucho por imitar el modo en el que hablaba su abuela, de una manera más... viva, más graciosa, y aunque no lo logró del todo, al menos sí que se alejó del tono sempiterno que escuchaba una y otra vez en todos lados. Su padre frunció levemente el ceño al escucharla hablar así.
—No deberías hablar de esa forma.
—Abuela hablaba siempre así, y siempre estaba sonriendo... Creo que las dos cosas tienen relación.
—Laina, no empieces otra vez...—suspiró su madre con exasperación. Laina sintió que empezaba a enfadarse, pero por una vez no replicó. No quería volver a tener una discusión con sus padres. Al menos no tan pronto. Así que les dio la razón y pidió disculpas por su actitud. Sus padres se relajaron y volvieron a sonreírle. Estuvieron hablando de cosas sin importancia, del trabajo, de las vacaciones, de la familia... Todo en silencio. Laina cenó con ellos ya que no había comido nada en su casa, y  aunque no tenía hambre, tampoco quería darle motivos de preocupación a sus padres, así que se comportó como si no tuviera angustia. Y finalmente, sus padres sacaron el tema por el que ella había acudido aquel día:
—Hemos encontrado esto entre las pertenencias de la abuela—dijo su madre mientras se acercaba a ella con una caja de madera en las manos. Laina la cogió con cuidado y le dio un par de vueltas mientras la observaba minuciosamente. Por dentro, su corazón saltaba de emoción—. No sabemos lo que es, pero la abuela ha dejado esta nota.

La madre de Laina rebuscó en su bata hasta encontrar un papel bien doblado y de color amarillento, que Laina cogió conteniendo la respiración. En la nota, Laina distinguió la letra extravagante y grande de su abuela, y un par de cálidas lágrimas resbalaron por su rostro... en silencio. Leyó con el corazón en un puño como su abuela daba ánimos a todos los miembros de la familia, uno por uno, y les animaba a dar lo mejor de sí mismos y a destacar sobre los demás. No obstante, cuando llegó a la parte en que la mencionaba, Laina casi pudo oír su voz divertida y su pícara sonrisa:

—Laina, sé que estás llorando en este mismo momento, así que no vuelvas a coger la nota hasta que te hayas serenado. No vaya a ser que se corra la tinta—Laina sonrió y se secó las lágrimas con una manga, antes de seguir leyendo—. Sé que está siendo duro para ti y que nada de lo que diga podrá animarte como he hecho con los demás. Y eso es porque tú siempre has tenido en tu corazón esa espina de rebeldía que tenía yo... Que somos unos perros verdes, vamos. Pero Laina, este mundo es más bonito y vivo de lo que parece. Y de entre toda la familia... Sé que tú eres la única capaz de comprenderme. Por eso esta caja te pertenece, así como lo hay en su interior. Estoy convencida de que sabrás descrubir la manera de abrirla. Así que no llores, mi Laina... Vive, sonríe, sé feliz... Y demuéstrales a todos lo ciegos que están. Os quiere mucho, Triss.

Laina dejó la carta a un lado y después se sentó en el sofá. Sus padres se acercaron y la abrazaron con cuidado:
— No os preocupéis por mi... Estoy bien.

Y, seguidamente, Laina comenzó a llorar desconsoladamente.



Laina se pasó mucho tiempo tratando de descubrir cómo se abría la caja. Probó tocando cada centímetro de su superficie, empujando, tirando, soplando... Pero nada de eso funcionó. Además, la caja era de un tamaño considerable, equiparable al de una caja de zapatos, y no podía llevársela a todas partes. Así que cuando volvía del trabajo, probaba cosas.

Un día, Laina inspeccionó detenidamente la superficie de la caja, y se dio cuenta de que lo que había creído que eran vetas de la madera, eran en realidad dibujos extraños... Laina no supo descifrar lo que eran, pero le parecieron letras de algún lenguaje desconocido. Una se parecía bastante a una d, pero lo que quedaba en el interior parecía relleno... Aunque había otra d que no lo estaba. También había una c y una o... Aunque Laina dudaba mucho que fueran letras de su abecedario. Y la forma más extraña y que más llamó la atención de la joven, fue una especie de f que se enroscaba sobre sí misma formando una espiral en el centro.

Con esa nueva información en mente, Laina comenzó a visitar la biblioteca en sus ratos libres, dispuesta a discrubrir aquel misterio y a abrir la caja de una vez por todas. Además, el proceso de investigación la sacaba de la eterna monotonía del día a día y le daba un nuevo motivo para sonreír por la calle y levantar la mirada. Por primera vez desde que murió su abuela, se sentía feliz.

Y tras infructuosas horas de trabajo, Laina por fin encontró una pista que le reveló que antaño se fabricaban cajas sin cerradura, con mecanismos especiales para abrirse... ya fuera la voz, un determinado trazo sobre la caja o un material especial, como el cobre. Laina descartó las dos últimas, pues su abuela jamás había mencionado siquiera algo similar. En cambio la voz...

...Su abuela siempre había insistido en que debía hablar con propiedad, con saltos en el tono, rompiendo la monotonía que diferenciaba una voz robótica de una humana. Y siempre se le había conocido por hablar con un... algo... algo que la distinguía de los demás, que le hacía ser más alegre y... cálida. Laina llegó a su casa y se sentó frente la caja, dispuesta a abrirla aquella noche. El reloj marcaba las 10.

Las 11.

Las 12.

La 1, las 2, las 3...

Frustrada, Laina se apoyó sobre la caja y se preguntó qué estaría haciendo mal. Sabía que no hacía aquel tono igual de bien que su abuela, pero eso ella debía saberlo también... ¿no? También había probado con frases concretas que solía decir, pero tampoco había dado resutado... Inconscientemente, Laina empezó a caer en un suave letargo, mientras los recuerdos del pasado acudían a su mente... Su abuela llamándola para ir a cenar... ayudándole con los deberes. Su abuela y ella, viendo una película... Paseando por el parque. Su abuela cuando hacía galletas... Y la llamaba para chupar la cuchara llena de masa... Su abuela siempre la llamaba de una forma tan dulce y tan... cálida... Tan... Especial. Casi en la frontera que separa la realidad del sueño, la chica suspiró en voz alta, tratando de imitar la voz de su abuela: "Laina" La chica se durmió. La caja chasqueó.


A la mañana siguiente, Laina se levantó para desperezarse, y de pronto, un extraño sonido inundó la habitación. Era un sonido... No... No era solo un sonido. Laina miró hacia abajo y vio la caja abierta de par en par, y dentro, la figura de una chica, vestida con un extraño vestido de color rosa, que en su cadera acababa en una... ¿lechuguilla? 

La figura rotaba sobre sí misma, y mientras lo hacía, la habitación se llenó de... Magia. Así fue como Laina lo describió. De pronto, su gris corazón se llenó de color, y sus pies cosquillearon exigiendo que se moviera. Sin saber qué estaba haciendo, Laina saltó y se movió por la habitación mientras sentía un calor indescriptible en el pecho. Laina abrió la boca y rio. Rio y su risa se mezclo con aquellos sonidos tan bonitos y tan bien coordinados que le hacían querer salir a la calle y disfrutar de la vida. Al cabo de lo que a Laina le parecieron muy pocos segundos, la bailarina se paró, y los sonidos cesaron con ella. De pronto, Laina se sintió muy sola y muy vacía por dentro.



Laina salió de casa dispuesta a ir a trabajar, pero su mente se hallaba lejos de allí, en la cama de su casa, donde reposaba aquella caja que le había regalado su abuela. Pensaba en aquellos deliciosos momentos que había vivido, y que no se podían comparar con nada que hubiese sentido hasta el momento. Y cuando volvió a la realidad, se dio cuenta de que la gente había levantado sus miradas... Y la miraban a ella. Estupefactos. 

Laina se dio cuenta entonces de que había estado intentando reproducir lo que había escuchado de la caja con la boca, y, avergonzada, la cerró para que no se escapara ningún sonido más. La gente siguió mirándola, así que Laina intentó taparse con las manos y se alejó lo más rápido que pudo.

Pero ella no dejaba de pensar en la caja y su contenido. Su abuela le había regalado la magia... la magia y la alegría. Las tenía ella. En sus manos. Podía incluso repetirla con su boca... Por eso Laina dejó de prestar atención a nada más. Le reprimieron en el trabajo, pero no le importó. Conforme salió de su puesto, se encaminó derecha a la biblioteca, donde comenzó a buscar información sobre aquel misterioso poder.

Fue muchos días a la biblioteca hasta que, escondido en un libro viejo y lleno de polvo, Laina descubrió el nombre de la magia, y su nombre le pareció tan bonito que no pudo hacer otra cosa que sonreír.

Al principio evitó volver a imitar la música por la calle, pero había veces en que no podía evitar hacerlo. Se sentía feliz e inconscientemente su alegría y los colores de su cuerpo la invitaban a reproducir su caja de música. Música. Su tesoro. Y Laina se dio cuenta de que no debería ser la única que conociera aquel tesoro, así que empezó a hacer música por la calle, ante las atónitas miradas de los transeúntes. Hizo incluso un anuncio para reunir gente que estuviera interesada en aprender la música. 

La gente acudió a ella, al principio temerosa y esceptica, y cada vez más curiosa y animada. Las calles empezaron a tener vida, se escuchaba a la gente hablar, todo el mundo parecía más feliz...
Y entonces llegaron. La cogieron sin previo aviso y se la llevaron. Sin preguntar, sin buenos modales, sin dirigirle siquiera la palabra. La encerraron en un celda totalmente hermética y gris, sin nada en su interior. Al principio le pareció una celda normal... pero había algo raro en ella. Laina pronto empezó a sentir una extraña presión en sus oídos...  No era un sonido concreto, sino más bien... la ausencia de cualquier sonido. Laina abrió la boca para chillar, pero de su garganta no salió ni una sola palabra. Aterrorizada, trató de hablar, de cantar, de escuchar algo en el férreo silencio en el que le habían encerrado, pero era inútil. No podía escuchar nada, ni siquiera los latidos de su corazón. Poco a poco los colores de su pecho se fueron apagando... Ni siquiera la semilla de la música que había plantado en el exterior al cantar por la calle la animó. Daba igual que ahora los demás se dieran cuenta de que existía la magia, porque ella se encontraba allí... Sola... Vacía... En el silencio más absoluto y espeluznante...




—Laina, cariño, despierta.

La voz de su madre la sacó poco a poco de aquella pesadilla que había tenido, y con los ojos vidriosos, abrió la boca para hablarle a su madre. Pero de su boca no salió ningún sonido:
—Laina, amor, ¿Qué te pasa?
Su madre se acercó a su cama y le acarició el pelo con ternura, mientras le acercaba la pizarra en la que la Laina se había acostumbrado a escribir para comunicar sus pensamientos. Con letra grande y temblorosa, puso:
—"He tenido una pesadilla... En la que no existía la música... y me quitaban la voz"
—Cariño... No pasa nada, era solo un sueño...
—"No era solo un sueño... Yo sigo sin poder hablar... Y me siento estúpida con esta pizarra..."

Su madre le quitó la pizarra de las manos y le acarició la cara con cariño:
—En esta vida, las cosas más importantes son aquellas que se escuchan aquí—dijo señalando su pecho—. Y no aquí—dijo haciendo otro tanto con la cabeza—. Mira, ven... acerca la cabeza.

La madre de Laina le acercó el oído al pecho, donde pudo escuchar los latidos regulares y constantes de su corazón:
—Mi corazón late... Pero normalmente no se puede escuchar. El amor y el odio arden en las miradas de las personas... y son sentimientos totalmente silenciosos. Y no es que estén muertos o no tengan valor... Es simplemente que, a veces, un silencio es la mejor música que puedes escuchar. Y debo decir que tu silencio es el más bonito y tierno que yo he escuchado jamás.
Laina miró a su madre y sonrió, y ambas, madre e hija, se fundieron en un abrazo cálido. Laina volvió a sentir todos los colores que sintió al escuchar la música en su sueño, y se arrebujó en los brazos de su madre, pensando que ella, a su manera, estaba cantando también.





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