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La Sombra


Prefacio: Médula



El pasillo era un pozo sin fondo. Un abismo horizontal, poblado por decenas de luces que simulaban ser ojos brillantes y expectantes. Ansiosos.

La chica miró el pasadizo con aprensión, las piernas le temblaban levemente, y las manos se movían con nerviosismo sobre el pelo lacio a la altura de los hombros. Respiró hondo, consciente por primera vez de que estaba temblando sin querer, y con un mero pensamiento sus piernas dejaron el tembleque al instante. De hecho, sus piernas fueron el motivo por el que la chica se infundió de valor y comenzó a caminar por el alargado pasillo.

Había pasado por el quirófano otras veces. De hecho, había pasado por el quirófano muchas veces. No debía sentirse preocupada, pues sabía que el médico que le iba a atender era un profesional en toda regla, y jamás dejaría que le sucediese nada. Sin embargo… No era eso lo que le perturbaba. Los accidentes iatrogénicos eran muy infrecuentes con las nuevas tecnologías, y, en realidad, Rem ni siquiera contemplaba la posibilidad de que algo fuera mal.

No, lo que realmente le preocupaba era otra cosa. Se palpó la nuca con cuidado, sintiendo el frío metal en sus dedos robóticos, y, seguidamente, se detuvo. Se observó las manos con detenimiento, y aunque presentaban un aspecto humano normal, se trataban de brazos completamente mecánicos. Todo, desde los nervios, los músculos y las arterias, pasando por las fascias y los tendones, había sido sustituido por un aparato mucho más rápido, fuerte, eficiente. Rem estaba muy contenta con sus nuevas adquisiciones.

¿Por qué entonces tenía tanto miedo? Ya lo había hecho antes, sustituir partes de su cuerpo por versiones robóticas infinitamente mejores en todos los aspectos, y, sin embargo, era en ese momento que Rem sentía un pánico como nunca había sentido.

Abrió la puerta del quirófano, y su médico de confianza le sonrió desde la camilla, ya preparada para ella. Tenía la mascarilla puesta y la vestimenta perfectamente pulcra, pero eso no hizo que se sintiera mejor. Al contrario, un sudor frío comenzó a recorrerle la piel de la cara, uno de los pocos vestigios de su antiguo cuerpo que todavía persistía. El médico pareció darse cuenta de la inquietud de la chica:

—No te preocupes Rem. Como ya te comenté, cuando la operación acabe seguirás siendo tú misma. No tocaremos el encéfalo, te lo prometo.

Ella asintió, y su ansiedad se redujo un poco.

Se tumbó boca abajo, siguiendo las indicaciones del personal, y le desconectaron los sensores del dolor para que no sintiera ni un atisbo de malestar durante la operación. Desde que habían aprendido a manejar de aquella forma el dolor, la cirugía había cambiado drásticamente, y, de hecho, si Rem lo deseaba, podía permanecer despierta durante la operación. Sin embargo, pidió a los médicos que le suministraran un sedante, y estos accedieron sin oponer ninguna objeción.

La mente de Rem se fue sumiendo en un letargo profundo, y pronto todos sus miedos fueron sustituidos por una sensación de absoluto vacío. Antes de caer en coma, sin embargo, no puedo evitar pensar en si estaría cometiendo un error.

***

La médula espinal yacía en un cubil rectangular no demasiado ancho, sinuosa y de consistencia viscosa, y a Rem le recordó a los tentáculos de una sepia. Era blanca y goteaba líquido cefalorraquídeo, y en su porción caudal se bifurcaba en infinidad de ramas mucho más finas, en lo que se conocía como “la cola de caballo” de la médula. El rostro de Rem se contrajo en una mueca de repugnancia y contrariedad ante la imperfección de semejante órgano. Ahora que lo veía con perspectiva, ya no se sentía tan asustada. Seguía siendo ella, con sus pensamientos, con sus sentimientos e ideas… Al fin y al cabo la médula no era la responsable de mediar la consciencia.

De hecho, ahora solo podía pensar en cómo no había realizado antes la operación. Se sentía mucho más rápida y ágil. Mucho más liviana. Y, según lo que le habían dicho los médicos, debía notar que sus reflejos involuntarios habían aumentado considerablemente.

Articuló su brazo robótico con satisfacción, y le dio las gracias al médico por haber accedido a realizar la operación.

Él empezó a contestarle, diciendo que no era ningún problema y que la operación, aunque larga, era relativamente sencilla.

Pero Rem dejó de escuchar en ese momento.

Una presencia oscura, grande e intimidante acechaba a sus espaldas.

A la velocidad de un rayo, las extremidades de Rem se coordinaron para que ella pudiera dar una voltereta en el aire y encarar a su adversario.

Solo que no había ningún adversario. No había nadie en aquella sala, salvo el médico, que ahora la miraba con una ceja levantada, y ella.

—Yo… Lo siento. Me ha parecido sentir una presencia— se excusó ella, algo cohibida.

—No te preocupes, es normal creer sentir nuevos estímulos tras la operación. Hasta pasadas unas semanas, te tendrás que acostumbrar.

Rem asintió, pero seguía teniendo la sospecha de que la presencia seguía allí, en alguna parte, esperando a que nadie mirase para emerger de entre las sombras.





La Sombra




“¿Hasta qué punto sigues siendo tú?”

Rem se despertó, sobresaltada y con la respiración agitada, su rostro envuelto en una película de sudor. Había tenido una horrible pesadilla, aunque no conseguía recordar bien los detalles. Trató de tranquilizarse, estabilizando sus pulmones y estableciendo una frecuencia cardíaca normal. Incluso después de asearse el rostro con cuidado, seguía intentando rememorar el sueño que acababa de tener, mas solo podía recordar una voz susurrándole en la oscuridad.

Incapaz de permanecer por más tiempo en su habitación, Rem decidió ir a trabajar temprano aquel día, pese a que era una hora absurda de la madrugada. Sin embargo, eso no era importante, realmente, pues tenía la certeza de que su jefe estaría en su despacho, como siempre lo hacía. Las calles estaban henchidas de tinieblas, y apenas había personas caminando por ellas. pues la mayoría descansaba, dormía por la noche. Eran personas imperfectas. Rem también lo era, pero en mucha menor medida. Y, aunque también necesitaba dormir para que su cerebro rindiese al máximo, sus músculos ya no sentían la fatiga de una noche de insomnio. Principalmente porque ya no los tenía.

Realmente, Rem no era capaz de establecer el momento en el que surgió la definición de “perfección”, pero cada vez estaba más convencida de que el término era adecuado para definir a aquellos humanos que, gracias a los implantes robóticos, habían superado los límites físicos de cualquier ser vivo. Eso era perfección. Un ser imperfecto tiene hambre, tiene miopía, tiene frío. El ser perfecto no tiene ninguno de esos defectos. No solo eso, sino que además es capaz de ver lo que otros no pueden, correr a velocidades con la que otros solo pueden soñar, realizar tareas manuales en tiempos vertiginosos. La perfección fue lo que marcó la distinción entre dos eras diferentes. Antes, la gente tenía claros límites que no se podían superar. Pero ahora esos límites habían desaparecido. Literalmente podías ser capaz de tener la fuerza que estimaras oportuna… Siempre que pudieras pagarla, claro.

Y ese era uno de los principales problemas de la perfección. Que no todos se la podían permitir. Y, aunque muchos no quisieran admitirlo, estaba comenzando a abrir una brecha social que la mayoría de las personas prefería obviar. Quizás si se atreviesen a mirar al abismo que había entre las personas perfectas y las que no lo eran, se retractarían de sus decisiones. Pero nadie iba a hacer eso, por supuesto.

Rem tenía claro que, si pudiera, trataría de reducir el precio de los trasplantes a toda costa. Sin importar todo lo demás. Todos merecían alcanzar la perfección cuanto antes. Niños incluidos. Niños sobre todo.

Un sonido hendió el aire hasta llegar a sus oídos, y sus ojos, aunque todavía no estaban perfeccionados, detectaron la sombra de un objeto cayendo desde las alturas. Haciendo gala de unos reflejos sorprendentes, las extremidades de Rem se coordinaron de manera sobrehumana para, no solo apartarse de manera elegante, sino para realizar incluso una filigrana en el aire.

Miró el objeto que había caído con curiosidad, y no le sorprendió en absoluto ver que se trataba de un tornillo de dos milímetros de grosor. Rem sonrió ante la capacidad de su nuevo cuerpo para ejecutar órdenes involuntarias. Si alguien había dudado de que la perfección era, sin duda, lo mejor que le podría haber pasado a la humanidad, aquella exhibición habría acallado todos sus argumentos.

***

El edificio en el que solía trabajar se encontraba ubicado, curiosamente, en una zona un tanto alejada de la ciudad. Alejada del “ruido”, como solía decir su jefe. Se trataba de una construcción extraña, extravagante. No demasiado alta, con la forma de un romboide y de cristales que alternaban entre el blanco y el negro, fue un diseño específicamente diseñado por el ahora mandamás del lugar. A nadie le sorprendió que no pidiera la ayuda externa de algún arquitecto o consejero para realizar el procedimiento. A ojos de Rem, y del resto de la ciudad, la persona que dirigía aquella empresa era absoluta e innegablemente perfecta. Era, con toda certeza, una de las apenas diez personas en todo el país que había alcanzado la perfección absoluta. Su cuerpo carecía de material biológico limitante, o, lo que es lo mismo; su encéfalo había sido trasplantado.

Rem entró en el edificio mientras un escalofrío le recorría la espalda al pensar en el jefe, y un sentimiento de desasosiego junto con nerviosismo se apoderó de ella. La gente hablaba de él. Hablaban sobre si sería un ser frío y despiadado. Sobre si se consideraría una especie nueva, tan superior a la humana que solo los viera como animales… Pero Rem sabía que la verdad era mucho más sencilla: No, el jefe no era alguien frío. De hecho, era sorprendentemente cálido, agradable, bromista.

No. Lo que realmente perturbaba a Rem era el hecho de que, precisamente, se mantuviese exactamente igual que antes de hacerse la operación. Conservaba su carácter, sus pensamientos y sus manías. Seguía siendo él… Rem se mordió los labios, inquieta, y de pronto sintió la presencia de la sombra a sus espaldas. Suspiró, con pesar, pero no se alarmó, como aquella primera vez que la sintió en el quirófano. Solía referirse a ella como “la presencia”, o, simplemente, “la sombra”

Habían pasado meses desde su operación, pero desde aquel día, la sombra le había acompañado con cada uno de sus pasos. Se agazapaba cuando ella estaba ocupada pensando en otras cosas, pero jamás desaparecía. Ocupaba el espacio a sus espaldas, y muchas veces obnubilaba sus sentidos, distrayéndola de los estímulos realmente importantes. Preguntó al médico al respecto, y le hicieron un análisis exhaustivo, pero no encontraron nada preocupante. Por ello, Rem se había hecho a la idea de que aquella sensación de estar siendo observada por una sombra inmensa y quimérica de ojos rojos (así se la imaginaba ella, pese a que nunca había logrado llegar a verla) iba a tener que convivir con ella. Al menos, mientras fuera pasiva y ella no perdiese rendimiento en el trabajo por su culpa.

La puerta del jefe era, seguramente, la más antigua de todo el edificio, y solo era así porque el propio jefe había pedido expresamente una puerta de bordados antiguos grabados en madera de olmo. De la misma manera que el hombre antes de la operación, al jefe perfecto también le apasionaban las antiguallas y sentía una extraña fascinación por el pasado. Lo cual no dejaba de ser curioso… y perturbador.

Rem respiró hondo ante la puerta, se apresuró a regular de manera segura sus constantes y, entonces, entró a la sala. Era grande para estar ocupada por una única persona, pero quizás también tenía que ver el hecho de que la habitación estuviese tan absurdamente vacua, con apenas un escritorio, dos sillas y dos grandes ventanales a sus espaldas. Eso era todo. Al jefe siempre le había gustado trabajar en un espacio ordenado y limpio.

—¡Rem, qué alegría verte! Es temprano aun para empezar a trabajar— dijo con júbilo. Los músculos de la cara contraídos en una sonrisa impoluta. Solo que su cara ya no tenía músculos.

—Me he levantado con ganas esta mañana, señor— dijo Rem con formalidad. Llevaba trabajando para él mucho tiempo, pero seguía sin sentirse del todo cómoda en su presencia, pese a que habían quedado fuera del trabajo en varias ocasiones. El jefe se rio, risueño.

—Eres increíble, Rem. Cualquiera diría que la perfecta eres tú, y no yo— La sonrisa del jefe era sincera, sus ojos verdes desprendían calor. ¿Era eso siquiera posible? Rem titubeó, y acabó por esbozar una tímida sonrisa—. Eso está mejor… A veces eres muy formal, ¿sabes? Con lo bonita que eres cuando sonríes de esa forma.

Rem se ruborizó levemente, y trató de ocultarlo de todas las maneras posibles, pero no fue capaz, ya que la cara seguía siendo un despojo imperfecto. Se maldijo a sí misma. El jefe rio. Su risa era clara y resonaba en las paredes de la habitación vacía. Era una risa absurdamente humana.

—No te martirizaré más por hoy, Rem. Hablemos de otras cosas… Como por ejemplo que tengo dos noticias para ti. Una de ellas te gustará, la otra te volverá loca de alegría. ¿Por cuál quieres que empiece?

Dijo, la sonrisa todavía vigente en sus labios. Rem lo miró, aturdida y confusa. Sentía respeto, admiración, fascinación hacia aquella persona… Pero también tenía miedo. Dudas.

—Por la que me gustará solo— respondió finalmente Rem, con curiosidad.

—Lo mejor para el final, ¿eh? A mí también me gusta esa táctica— el jefe le guiñó un ojo y después procedió a explayar sus noticias—. Verás, hemos estado investigando el paradero del sujeto C siguiendo las indicaciones que nos redactaste, y, efectivamente, hemos logrado descubrir de forma bastante exacta el que parece su siguiente objetivo. Es increíble cómo has llegado a estas conclusiones tu sola, Rem, en serio. Mi equipo de investigación siente envidia de tus capacidades. Incluso yo me siento anonadado. ¿De verdad no alcanzaste la perfección y no nos lo dijiste?

En ningún momento el jefe lo dijo con mala intención, ni tratando de llegar a una conclusión oculta. Su actitud transmitía tranquilidad y se respiraba un ambiente cálido y familiar. Rem rio tímidamente.

—Ojalá la pudiera alcanzar— dijo Rem, y los ojos le brillaron unos instantes. Realmente deseaba alcanzar la perfección, mas sabía que estaba extremadamente lejos de su alcance.

—Pues eso me lleva a mi segunda noticia— la sonrisa del jefe se amplió, triunfante—. He conseguido una cita para tu ascensión.

Las palabras rebotaron en las paredes desnudas. La voz de su jefe le llegaba a los oídos, pero su cerebro imperfecto era incapaz de procesar el sonido.

—¿Qué? — logró balbucear, de manera incrédula. Se arrepintió enseguida de su estupidez, pero el jefe le sonrió con afecto.

—La ascensión, Rem. Tu sueño desde hace años. Por fin serás capaz de alcanzar la perfección.

—No es posible… La operación… No tengo tanto dinero… Yo— las palabras se trababan en su garganta, y sintió como el típico sudor frío le recorría la frente.

—No te preocupes por nada, Rem. Todos los gastos corren a mi cuenta. Tú solo tienes que ir el día de la cita y… ascender. Así de fácil.

¡La ascensión, al fin! Después de tantísimo tiempo anhelando alcanzarla, después de todos los disgustos, el esfuerzo, el sufrimiento… Después de todo, la ascensión. Era un sueño demasiado bonito. Tenía que ser un sueño. Las lágrimas acudieron a sus ojos rápidamente. “Idiota, ¿Por qué lloras?” pensó, mientras se recriminaba a sí misma no haberse perfeccionado las glándulas lacrimales. Si aceptaba la invitación del jefe, no lloraría nunca más si ese no era su deseo. Abrió la boca, dispuesta a dar una respuesta. La sombra se manifestó, tan grande como la propia habitación, los ojos rojos y penetrantes fijos en su nuca. Rem se estremeció.

—Sería un honor para mí, jefe… Pero ¿podría pensármelo unos días?

“¡Idiota! ¿¡Por qué has dicho eso, hija de mil cyborgs?! ¡Estúpida, dile que por supuesto que quieres!” De su boca no salió ni una palabra más.

—¡Por supuesto, Rem! Faltaría más. Sé que es una decisión complicada, y no te presionaré ni te pondré objeciones si rechazas la propuesta. Puedes preguntarme cualquier duda que tengas, ya lo sabes… Yo… Simplemente pensé que te haría ilusión ascender.

El jefe parecía alicaído, cohibido incluso. Rem se sintió avergonzada, mientras su interior explotaba de odio hacia sí misma, por haber siquiera podido aplazar aquella oportunidad de oro. La sombra la observaba, expectante.

—¿Por qué, señor? ¿Por qué me recompensa con algo tan… increíble, precisamente a mí?

El jefe se acercó a ella, ofreciéndole un pañuelo de papel perfectamente blanco con el que se limpió el agua de los ojos.

—Eres mi mejor agente, Rem. Lo sabes bien. Trabajas como veinte personas juntas, eres mucho más aguda, precisa y, sobre todo, constante. Sentía que tenía que recompensarte de alguna forma.

Lo típico. Tu empleada trabaja bien y tú le regalas una operación valorada en lo que te costaría comprar el propio país.

—Y no seas tan formal, Rem. Sabes que puedes llamarme Thing— dijo recuperando la sonrisa. Rem se acercó a su jefe, que se había levantado de su butaca blanca, y le abrazó con afecto—. Eso está mejor. ¿Te parece si te comento tu tarea mientras vas asimilando lo de la operación?

Rem asintió, conforme.

—Bueno, como te he mencionado, hemos descubierto cuál será el siguiente paso del sujeto C, por lo que ha llegado el momento de adelantarnos a él, urdir un plan y atrapar a ese delincuente. Sé que no hay otro agente en toda Yihún en el que pueda confiar esta tarea.

—Lo haré, por supuesto. Capturaré a ese bandido de una vez por todas, y después volveré y ascenderé. Lo juro.

Thing sonrió, sus ojos chispeando emociones que cualquiera pensaría que son imposibles en una máquina.


***

Rem se apresuró a esconderse en un lugar seguro, pero desde el que pudiera observar sin muchos problemas el perímetro de la fábrica. En aquella ocasión, se trataba de una de las fábricas menores, en las que se producían y se implantaban tejidos menos importantes como extremidades, y se realizaban cirugías plásticas. Sin embargo, el jefe había tomado las medidas preventivas necesarias, y había suspendido las citas a la fábrica para aquel día. Los trabajadores acudirían de manera normal para evitar levantar sospechas, pero todos tenían en mente seguir el protocolo establecido si se producía algún altercado.

Una vez más, el jefe se lo había dejado todo en bandeja de plata. Rem se mordió el labio, pensativa. ¿Por qué había rechazado la operación? Desde que era una niña pequeña, ya anhelaba ascender y alcanzar la perfección que no tuvo al nacer. Todos los días, Rem se acostaba suplicando al universo que le concediese su deseo. Y, sin embargo, ahora que lo tenía al alcance de su mano, había preferido eludir la responsabilidad. ¿Por qué?

En ese momento, la sombra se hizo notable e intimidante, y Rem gruñó, mientras su ceño se fruncía hasta casi dejar sus cejas unidas en una sola.

—Todo esto es culpa tuya— susurró, dirigiéndose a la sombra—. Desde que apareciste duermo mal y pienso peor… Tendré que decírselo al médico otra vez.

Sin embargo, tampoco pudo prestarle más atención a su problema, porque en ese momento pudo ver en la distancia lo que había ido a buscar. Un sospechoso.

La persona que se encontraba frente a la fábrica vestía una gabardina y un sombrero de color beige, y su rostro quedaba oculto por el cuello de la chaqueta. El sospechoso se acercó a la puerta para los clientes y esperó pacientemente a que le abrieran.

Rem, con saltos ágiles y poderosos, se aproximó al edificio, mientras mantenía las distancias con el extraño y se ocultaba como buenamente podía entre los obstáculos disponibles.

Al llegar al edificio, Rem utilizo la fuerza de sus extremidades perfectas para escalar por el edificio y llegar hasta la azotea, en la que le estaban esperando con la puerta abierta, tal y cómo habían acordado previamente.

Haciendo gala de una velocidad abrumadora, Rem descendió por las escaleras y se introdujo en la sala en la que habían planeado llevar al extraño, donde se escondió estratégicamente detrás de una de las máquinas.

Tal y como lo habían planeado, el sospechoso entró en el habitáculo junto a una de las técnicas, que le mandó instrucciones y le pidió que esperase en la sala mientras llamaba al doctor.

Rem trató de evitar respirar, mientras mantenía ojo avizor a cualquier movimiento del extraño. La jugada era simple, pero era lo más efectivo para evitar daños.

Desde hacía tiempo, el jefe había decidido realizar las operaciones de perfección menores en las mismas fábricas en las que se producían los implantes, pues según decía él “se mataban dos pájaros de un tiro”, y, como no podía ser de otra manera, las fábricas estaban perfectamente diseñadas para que el trabajo de ambas secciones no interfiriese de ninguna de las maneras. Por ello, era imprescindible mantener una seguridad notable en este tipo de sectores, ya que al igual que para el jefe resultaba producente tener las fábricas en el mismo lugar que las clínicas, los terroristas veían un blanco fácil en aquellos edificios.

El sospechoso actuaba con normalidad, sentado en la butaca de la forma en la que la técnica se lo había explicado. De hecho, no realizó movimientos extraños hasta que el médico entró en la sala y le explicó las ventajas del perfeccionamiento, así como los riesgos de la operación. El hombre actuó con perfecta normalidad.

“¿Qué ocurre? ¿Por qué no deja la bomba? Hay algo que va mal…” pensó Rem mientras se mordía los labios. El médico salió de la sala, y le pidió al extraño que se esperase un momento. Era ahora o nunca.

Pero, de nuevo, el sospechoso no actuó de forma anómala. El médico le dijo que se podía marchar hasta el día de la cita, y el hombre, de voz ronca y tez morena, asintió complacido, saliendo de la sala y del complejo de edificios. Rem se apresuró a seguirle, enervada.

El extraño salió del edificio y se encaminó a la entrada avanzando con parsimonia. En un momento de su trayectoria tropezó con una piedra, cayó al suelo con ambas manos y maldijo a sus estúpidas piernas imperfectas por hacerle caer. Ese fue el único evento que rompió la monotonía. Incapaz de poder creer que hubiera fallado en sus predicciones, Rem se abalanzó al lugar en el que el hombre había caído en cuanto este se marchó, aferrándose a la idea de que algo tenía que haber allí.

Rebuscó en el suelo durante al menos diez minutos, y cuando estaba a punto de darse por vencida, lo vio. Se trataba de un pequeñísimo objeto de metal, del tamaño de una uña y de forma redondeada, que brillaba con una tenue luz rojiza, casi imperceptible para unos ojos imperfectos como los suyos.

Rem suspiró, aliviada, pensando que al final no se había equivocado, y en ese momento, el extraño objeto comenzó a hablar. Rem dio un salto, aprovechando sus nuevos reflejos, y tratando de escapar de una amenaza que, en realidad, no existía.

—Rem. Debes olvidar lo que aprendiste. Debes quitarte las gafas y abrir los ojos de nuevo. No te conviertas en lo que ellos quieren. No te conviertas en lo que, en el fondo, siempre has odiado.

Rem apartó el aparato de un manotazo, lanzándolo a una velocidad imposible hacia el suelo de piedra. Un segundo más tarde, el artilugio se evaporó en una diminuta explosión que dejó a Rem perdida y confusa en medio de la nada, tan solo acompañada por la sombra que ahora le seguía a todas partes, más grande y siniestra que nunca.

***

No le contó a nadie lo que había sucedido. Ni siquiera al jefe. Cuando tuvo que redactar el informe, simplemente comentó que había fracasado, que sus acciones habían resultado demasiado obvias y que el sospechoso decidió seguirles el juego, pese a que era improbable que fuera el cabecilla de la banda de delincuentes. Un arresto no habría procedido, por lo que el sospechoso se marchó sin incidente alguno. Rem había fracasado.

Le dolió mucho escribir estas palabras, porque Rem odiaba fracasar. De hecho, lo odiaba tanto que había estado a punto de contar toda la verdad, y hablar del pequeño comunicador que habían dejado expresamente para ella. Pero algo se lo impidió. Las palabras que había escuchado no eran casuales. Incluso aunque estaban dirigidas a ella, tenían un componente que daba a entender que la conocían bien. Demasiado bien, incluso. Es más, ella había dejado de comprenderse a sí misma desde hacía tiempo, lo cual también quedaba de alguna forma expresado en las palabras del mensaje.

¿Por qué titubeaba? Sin duda, con la ayuda del jefe serían capaces de descubrir al autor del mensaje casi sin ningún problema, y, sin embargo, era incapaz de mencionárselo a nadie. La sombra revoloteaba a su alrededor, martirizándola de angustia e inquietud. Los ojos rojos como el pecado, juzgando cada una de sus acciones.

Rem tomó una decisión entonces. Recogió todos los informes y datos que tenía del caso y se encerró en su despacho. Apenas unos segundos después, se hallaba enfrascada en una doble investigación. La primera sería la que llevaría para el jefe, actuando como si no le hubiesen transmitido ningún mensaje. La segunda sería la que llevaría a hurtadillas, dispuesta a descubrir quién era realmente la persona que estaba detrás del mensaje.

Trabajó durante horas. Las únicas luces que vislumbró fueron las de sus flexos eléctricos. Las horas se convirtieron en días, y las luces comenzaron a tornarse confusas. Se empezaron a mezclar con las sombras. Rem se restregó los ojos, agotada, mientras hacía un esfuerzo por mantenerse de pie. Las notas en la mesa le resultaban lejanas y confusas. Los contornos de las letras, fluctuantes. La sombra comenzó a moverse a su alrededor, confundiéndola aun más y asustándola.

“Eres imperfecta, y siempre lo serás”

Rem se detuvo en el sitio, de pronto muy alarmada, los ojos muy abiertos. Una gota de sudor comenzó a rodarle por la cara. La luz tomó un matiz ausente, onírico.

“Y aunque fueras perfecta… ¿Seguirías siendo tú?”

Rem se volvió hacia donde la sombra parecía estar susurrándole aquellas frases, con los ojos desmesuradamente abiertos e inyectados en sangre. La sombra, como de costumbre, no se dejó ver, y siguió dando vueltas a su alrededor como una nube de tormenta.

“Torpe. Inútil. Fea”

—¡Cállate! — gritó, el miedo consumiendo sus entrañas.

“Engendro imperfecto”

—¡CÁLLATE!

La puerta se abrió de golpe en ese instante, y la sombra se redujo a un amasijo del tamaño de un ratón que se escondió entre las esquinas de la sala.

—Por todos los cyborgs, Rem… ¿Qué ocurre? — el jefe la miraba con una expresión de asombro en su rostro, y Rem se sintió en primera instancia avergonzada. Agachó la cabeza con pesar, mientras Thing entraba en la estancia y se situaba a su lado. Un pensamiento oscuro y macabro llegó a la mente de Rem en ese instante: “¿De verdad se ha sentido sorprendido? ¿De verdad puede sentir algo?” Pero Rem sacudió la cabeza, y aquellos pensamientos se desvanecieron.

—Rem… Has estado trabajando aquí… ¿Desde que redactaste el informe?

Rem no respondió, pero su silencio fue harto elocuente.

—Esto no es sano, Rem… ¿En qué estabas pensando?

—Yo… Estoy bien, señor. Solo escuché una voz, y…

—¡Claro que escuchaste una voz! ¡Llevas nueve días sin dormir! — Rem parpadeó, incrédula. El jefe parecía realmente indignado, pero debajo de aquel enfado, se podía apreciar una profunda preocupación—. Rem… lamento mucho tener que decirte esto, pero, por favor, vete a casa. Descansa. Tómate unas vacaciones.

—¡No! ¡No me despida, por favor! — suplicó Rem, con los ojos llorosos de pronto.

—¿Qué? No te estoy despidiendo, Rem. Solo te estoy obligando a tomar unas vacaciones— la idea pareció hacerle gracia, y una tímida sonrisa apareció en su rostro terso—. El mundo al revés… El jefe manda a casa a su empleada porque está trabajando demasiado.

Rem se dio cuenta en ese momento de que el jefe le había cogido por ambos brazos, en un intento por tranquilizarla, y eso solo le produjo más vergüenza.

—Yo… Lo siento. Tienes razón. Es solo que… Odio equivocarme. Quería enmendar mi error y descubrir de una vez alguna forma de dar caza al sujeto C.

—Lo sé, Rem. Pero no puedes llevar a tu cerebro hasta esos límites… Recuerda que tú sí que necesitas descansar.

Las palabras del jefe se clavaron en el corazón de Rem como espinas, pese a que esa no era la intención de Thing en absoluto. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras unas palabras se formaban en su mente: “Engendro imperfecto”

De pronto, Rem sintió los brazos de su jefe rodearle con una ternura extraordinaria. Sorprendentemente, su contacto era cálido y reconfortante, y Rem se vio de pronto llorando sin saber exactamente por qué.

Pasados unos minutos, cuando Rem se tranquilizó un poco, se separó levemente del abrazo de Thing, y le miró a los ojos, tratando de encontrar en ellos algo que le indicara que no era humano. Pero solo podía ver preocupación, calidez, cariño… humanidad.

Y, sin saber muy bien por qué, Rem cerró los ojos y besó a su jefe. Sus labios eran tan reales como los de cualquier ser humano.


***

Rem despertó en su cama mullida y acolchada, en su habitación perfectamente ordenada y recogida, en su casa pequeña y vacua. La cabeza le dolía mucho, y los recuerdos que tenía eran confusos y estaban fragmentados. La sombra se encontraba allí, como de costumbre, pero en aquella ocasión parecía demasiado pequeña como para concederle importancia.

Se levantó con cuidado y miró las pantallas principales de su habitación, solo para percatarse de que era una hora absurda para levantarse. Intrigada, su vista descendió hasta donde debía estar la fecha, y sus ojos se abrieron de golpe, disipando las telarañas de su consciencia amodorrada.

Se vistió con rapidez sobrehumana, y salió de casa deseando que le tragara la tierra. Mientras corría, los recuerdos fueron acudiendo a ella como golpes de martillo, y poco a poco su paso se fue reduciendo. Finalmente, acabó parada en medio de la calle, mirándose los pies avergonzada. ¿De verdad había besado a su jefe? No podía creer lo que estaba sucediendo… Estaba agotada, y su mente no pensaba bien en ese momento… Debía ser eso, pero de cualquier forma eso no le excusaba de haber realizado un acto inapropiado. ¿Cómo iba a mirar ahora a su jefe a los ojos?

En ese instante, un sonido casi imperceptible y metálico llamó su atención hacia el callejón que se expandía, oscuro, a su derecha. Con el ceño fruncido, adoptó la pose típica de defensa, y gritó:

—¿Quién está ahí? — su voz había sido modulada para no denotar el miedo, pero sus ojos, una vez más, traicionaban sus emociones.

—Rem. Me han mandado a decirte que te dirijas a la antigua fábrica de zapatos, mañana a esta misma hora.

La presencia se fusionó con las sombras del callejón, dejando nuevamente a Rem plantada en el sitio, confusa y asustada.

La fábrica de zapatos. ¿Por qué tenía que ser la fábrica? ¿Por qué no podía ser cualquier otro lugar…? Pero Rem era consciente de que no eran más que preguntas retóricas. Sabía perfectamente por qué se trataba de la vieja fábrica. Se mordió el labio inferior, indecisa. Y, un segundo después siguió caminando como si nada hubiera sucedido.

Al llegar ante la puerta de madera que precedía el despacho del jefe, Rem se detuvo por completo. Miró los grabados tallados a mano, las figuras que representaban formas humanoides, aunque algo toscas y sencillas. Imperfectas. ¿Qué pensaría Thing de ella? ¿Se habría ofendido por su osadía? ¿O quizás la viera como un despojo imperfecto, que no estaba a la altura de sus capacidades?

El miedo la paralizó por completo, y se quedó con la mano en el pomo de la puerta, incapaz de dar el empujón necesario para que se abriera. Pero, justo en ese momento, alguien abrió la puerta desde dentro, desestabilizando a Rem unas milésimas de segundo. Instantes después, se encontraba frente al rostro regio de Thing.

—¡Rem, qué alegría volver a verte! ¿Estás bien? ¿Has descansado estos días? — los ojos de Thing chispeaban diversas emociones, y Rem se sintió cohibida ante la intensidad de sus sentimientos—. Pasa, pasa, siéntate, por favor. Siéntete como en casa. Voy un momento a la sala de investigación, vuelvo enseguida.

Rem esperó pacientemente a que el jefe regresara, controlando sus constantes, pero incapaz de regular el caos que asolaba todos sus pensamientos. ¿Debía mencionar el tema? ¿Ignorarlo?

Con un suspiro, Rem levantó la mano derecha y se la observó con cautela. En apariencia era una mano completamente humana. Incluso las flexuras y las líneas que conformaban la piel estaban simuladas a la perfección. Pero no eran unas manos reales. Se preguntó qué porcentaje de su cuerpo seguía siendo suyo, qué porcentaje de células de Rem seguían conformando el organismo que algún día fue, pero enseguida desechó aquella idea. Las células se renovaban constantemente, por lo que incluso aunque no se hubiera perfeccionado, la Rem que había sido de niña habría dejado de existir.

En ese momento, Thing regresó a la oficina y tomó asiento. Pero, a diferencia de otras veces, se sentó justo en la silla contigua a Rem, y apoyó una de sus manos en las de la chica, que yacían ahora inertes sobre la mesa del despacho.

—¿Cómo te encuentras? — preguntó, acariciando suavemente la mano de Rem, que se estremeció casi imperceptiblemente, y, seguidamente, abrió sus receptores sensoriales del tacto al máximo. No obstante, no pudo expresar una respuesta coherente—. ¿Quieres hablar sobre lo del otro día?

Rem asintió, negó con la cabeza, y después la agachó, avergonzada. Thing le cogió por la barbilla y le obligó a mirarle a los ojos.

—Rem, lo que ocurrió el otro día no es algo de lo que debas avergonzarte. Es completamente normal.

Rem se sumergió en aquellos ojos verdes y sus mejillas se ruborizaron. Su corazón, todavía semi imperfecto, comenzó a latir con más fuerza, pero en esta ocasión no hizo nada por reducir su frecuencia. Simplemente dejó que la sensación de adrenalina llenase su cuerpo.

—Después de trabajar nueve días sin descanso, lo que me sorprende es que no te desmayaras antes.

Rem retrocedió levemente, controló de manera instantánea sus pulsaciones.

—Sí… Era eso lo que me preocupaba.


***

La vieja fábrica de zapatos se encontraba ubicada en las afueras de la ciudad, en lo que antes se había considerado el polígono industrial. De hecho, no se trataba de una fábrica en la que se hicieran zapatos, sino que era la sede administrativa de la empresa que llevaba una de las marcas más reconocidas de la ciudad. Sin embargo, la gente, por costumbre, había acabado por llamarla “la vieja fábrica de zapatos”. Ni siquiera era tan vieja, pues su clausura había acontecido unos años atrás, cuando el jefe de la empresa tuvo un accidente en el que él y su esposa sufrieron un atentado en su propia oficina, en la azotea del edificio.

Por tanto, aunque por fuera la mayor parte del edificio estaba intacto, si alguien miraba a las alturas podía ver cómo los pisos superiores estaban completamente destruidos, dejando un buen trecho de construcción con vistas al cielo ahora plagado de estrellas. Rem conocía a la perfección todas las habitaciones y recodos de aquel edificio, y una parte de ella sintió una punzada de remordimientos. Pero se había prometido ser valiente, así que apretó los puños y se adentró en el edificio ruinoso, dispuesta a salir de dudas de una vez por todas.

Una vez le dijeran lo que le tenían que decir, podría seguir su vida normal. Era consciente de que podía ser una trampa, pero… Lo había estado pensando largo y tendido y había llegado a la conclusión de que no le importaba. Las amenazas eran en vano con ella, ya que ya no tenía ningún familiar con el que la pudieran extorsionar, y, realmente, no había nada en su vida que importase tanto como para traicionar al jefe.

La entrada se encontraba tal y como Rem la recordaba, con el único detalle de que los papeles se encontraban desperdigados por el suelo, como si hubiese habido una estampida de gente que hubiese desordenado el lugar. Efectivamente, Rem sabía que eso era lo que había pasado.

La sombra se acrecentó en su espalda, henchida por su miedo y sus dudas, con sus ojos rojos observando cada pared con curiosidad. Rem trató de ignorarla mientras subía los pisos, pero llegó un momento en el que su presencia se hizo insoportable, y tuvo que girarse de lleno para intentar descubrirla, solo para darse cuenta de que no podía verla:

—¡Déjame en paz! — gritó, olvidando dónde y por qué se encontraba allí.

De no haber sido porque la sombra había estado obnubilando sus sentidos, Rem se habría percatado antes de la presencia que se había acercado a ella y ahora tenía un desconector apuntando a su cuello.

—No te muevas— le dijo. Tenía la voz ronca y potente, lo cual delataba su condición de varón. Además, era una voz que le resultaba muy familiar. Rem obedeció sus palabras.

El hombre revisó que no llevase encima ningún aparato de espionaje, y solo entonces retiró con cuidado el artilugio de su cuello. Se alejó unos cuantos pasos y dejó que la luz incidiese en su rostro.

Rem tardó un poco en reconocerlo, pero cuando lo hizo, sus ojos se abrieron como platos, y no pudo evitar retroceder un paso, incapaz de creer lo que veía.

—No… Tú… Estabas muerto…

—Oh, lo sigo estando, Rem— dijo su padre con una leve sonrisa en el rostro.

—¿Cómo? — preguntó la chica, anonadada, la sombra a su espalda tan inmensa que casi podía ver su contorno con el rabillo de ojo, sus destellos rojizos.

—Bueno, nadie se paró a comprobar que las cenizas que encontraron eran las de las dos personas que había en aquella habitación— su padre se encogió de hombros. Parecía… divertido—. Malherido fue más difícil encontrar el mecanismo que activaba la salida secreta.

—No puede ser… He vivido todos estos años… Pensando que era huérfana. No puedes venir ahora y decirme que estás vivo.

Rem retrocedió un paso más, con la mandíbula desencajada en una mueca animal. Su padre, ajeno a la turbación de su hija, se acercó un poco hacia ella.

—Rem, escúchame, hija. Lamento mucho lo que sucedió… Yo… Nosotros, fuimos demasiado duros contigo. Pero el atentado me abrió los ojos. Me hizo ver lo equivocado que estaba. Por eso me dolió tanto al enterarme de que mi hija seguía los pasos que su estúpido padre había dado cuando aun seguía con vida.

—No… No… Tú no eres real. La sombra… Sí, tú debes ser la sombra— Rem saltó hacia atrás con la fuerza de sus piernas perfeccionadas, pero su padre seguía conservando también sus prótesis.

—No soy ninguna sombra, Rem. Soy real, te lo juro. Solo te pido que me escuches… Sé que en algún momento te dije que la perfección era lo más importante. Que era lo único importante… Y sé que ese tipo de pensamientos son difíciles de cambiar. Pero, por favor, no sigas adelante. No llegues a la ascensión, te lo suplico.

—¿Cómo sabes lo de la ascensión? — preguntó con un hilo de voz, mientras la sombra le abrazaba en su seno de profunda oscuridad.

—Todo el mundo lo sabe, Rem. Apenas hay diez personas en este país que hayan ascendido. En cuanto se prepara una operación así, no es muy difícil adivinar quién se la va a realizar— replicó su padre, con las manos en alto en señal de redención, de la misma forma que se acercaría a un cervatillo asustado—. Por favor, Rem… Si alguna vez me has tenido aprecio, no lo hagas.

—Tú… Tú siempre decías que la ascensión era el máximo grado de perfección al que podía aspirar una persona— dijo Rem, rememorando las palabras de su padre.

“No eres más que un despojo”

—Lo sé. Me equivocaba… Estaba obcecado con eso, y no pude ver mi error.

“Niña repugnante. Imperfecta. Imperfecta. Imperfecta”

—¿Qué quieres de mí?

“¿Quién eres? ¿Quién eres, Rem?”

—Solo quiero que vuelvas conmigo, hija. Ese hombre con el que estás… Thing, es tan horrible como yo lo fui en su momento, solo que él ha superado el umbral de la humanidad, y sabe cómo manipular a las personas. Su único objetivo es el poder. Piénsalo… Su mente tiene un poder abrumador, nosotros no somos nada más que simios a su lado. Pero tú eres la mejor baza que tenemos, Rem. Él confía en ti tanto como para ofrecerte la ascensión, y eso nos ofrece una ventaja contra él— el silencio llenó las paredes del edificio, o quizás era la sombra, que ahora ocupaba todo el campo de visión de Rem, pese a que no podía verla—. Podemos derrocar un pilar fundamental de aquello que siempre has odiado, Rem, porque sé que lo sigues odiando… Lo noto en tus ojos. Odias la perfección tanto como lo hago yo— sin saber cómo, su padre se había colocado a su lado, y le cogió la mano apretándola brevemente en una muestra de cariño.


***


Rem se sentó frente a su jefe. Fría como la piedra. Agotada, ojerosa, exhausta. No dormía ya, y el poco cuerpo que aun le pertenecía estaba sufriendo las consecuencias.

—Rem… Por favor, dime qué te ocurre— preguntó Thing, la preocupación poblando su cálida y poderosa voz. Rem se estremeció. ¿Podía confiar en él?

—Lo siento mucho… Yo… Estoy teniendo una mala racha.

—Dime lo que te preocupa, por favor. Lo que sea… Te juro que te ayudaré con lo que haga falta.

“Si tan preocupado estás… ¿Por qué no mencionas el beso? ¿Quizás es porque ese beso fue la bala que desentrañó tu corazón mecánico y sin sentimientos?” Rem tragó saliva, confusa.

—Es la… La ascensión, señor. Tengo miedo… De desaparecer— dijo por fin Rem, y pese a que aquella preocupación era cierta, no era la única duda que asolaba sus pensamientos.

—Oh, Rem… Escucha. Esta noche saldremos a tomar algo ¿Vale? Vuelve a casa y prepárate…Quiero hablar contigo seriamente.

Rem asintió. Estaba tan débil que habría sido incapaz de hacer otra cosa.

Esa noche, Thing la llevó a uno de los mejores restaurantes de la ciudad. Pese a sus dudas y su cansancio, Rem se arregló para la ocasión, vistiéndose con sus mejores galas y maquillando las imperfecciones de su rostro. Estuvo frente al espejo hasta que se vio hermosa en él, y solo entonces salió a encontrarse con Thing. Por su parte, él también iba perfectamente engalanado y emperifollado, pero eso no decía nada de él, pues normalmente ese era su atuendo.

Se sentaron en la mesa que tenían reservada, aislada del resto del restaurante para que tuvieran privacidad, y pidieron lo que más les apeteció. Realmente, ninguno de los dos necesitaba comer ya, pero sus cuerpos mecánicos estaban diseñados para poder disfrutar de la comida incluso más que un humano corriente.

Thing comenzó hablando de cosas sin importancia, gastando sus típicas bromas y tratando de que Rem se sintiese cómoda, pero la chica se mostraba ausente y distraída, con la mirada clavada en la mesa y los pensamientos esparcidos a su alrededor, Por ello, finalmente Thing no pudo ignorar por más tiempo la situación.

—Eh, Rem… Yo… La ascensión no es algo tan especial como la gente cree ¿Sabes?

Rem levantó la mirada, intrigada, aunque su rostro seguía impertérrito.

—La gente piensa muchas cosas de la ascensión… Creen que te vuelves un ser frío e insensible. Una máquina. Pero la realidad es mucho más compleja que eso. Yo… Sigo siendo yo, pero una parte de mí ya no lo es— hizo una pausa en la que Rem interpretó que estaba reorganizando sus pensamientos, y después sacudió la cabeza—. Es cierto que tenemos control absoluto sobre nuestro cuerpo. Que podemos realizar cálculos absurdos, comunicarnos sin necesidad de aparatos, y, por supuesto, podemos regular nuestras emociones. Pero nadie desea convertirse en un robot frío y desalmado, Rem. Y yo menos que nadie. Cuando ascendí, estaba literalmente cagado.

Rem se permitió el lujo de soltar una risita al imaginarse el rostro de Thing en ese momento, y se ruborizó casi al instante.

—Tenía los mismos miedos que tú. Las mismas dudas. Y, cuando por fin alcancé la perfección… Me di cuenta de que, si quería, podía dejar de ser yo para poder convertirme en la persona que quisiera. Pero yo no quiero eso… Dudo que nadie lo quiera. La ascensión tiene infinidad de ventajas que te ayudarán en tu día a día, y ningún inconveniente, porque más que un cambio irreversible, es un abanico de infinitas posibilidades. Es como cuando tú reduces la frecuencia cardíaca a propósito. Puedes no hacerlo si eso es lo que quieres ¿Comprendes?

Rem asintió, conforme.

—Pero sigo sin entender por qué yo, Thing. A pesar de lo que dices, solo te he dado más problemas que otra cosa, y aunque sea una buena trabajadora, no comprendo por qué me querrías recompensar con algo tan especial como la ascensión.

El jefe apartó la mirada, y, sorprendida, Rem fue testigo de cómo las mejillas de Thing se coloreaban por completo.

—¿Recuerdas el beso? — preguntó él. Las palabras parecían atrancarse en su garganta. El corazón de Rem latió con fuerza, y una vez más, no hizo nada por detenerlo.

—Pensé que lo habías olvidado…

—¡En absoluto! Es solo que… Yo… Bueno— ver a Thing tan nervioso conmovió el corazón de Rem, y una sonrisa afloró en sus labios. Se levantó de la silla y se sentó a su lado—. Estás preciosa cuando sonríes.

La sonrisa de Rem se ensanchó aun más, y casi sin pensarlo, ambos se acercaron buscando el beso. Fue el único momento desde hacía mucho tiempo en el que Rem no percibió la sombra en absoluto.

Esa noche, los dos cuerpos metálicos dejaron que sus impulsos más primitivos gobernaran sus acciones, dejándose llevar por los sentimientos. Rem se sentía flotando en una nube, feliz. Feliz desde hacía tanto tiempo que no podía ni recordar cuándo fue la última vez. Las dudas disipadas, la sombra desvanecida, solo ella y Thing, fusionados en un solo cuerpo.

Gimió como no lo había hecho jamás. Disfrutó, ampliando sus receptores sensoriales al máximo. Y podrían haber seguido indefinidamente, disfrutando de una noche maravillosa, pero ambos decidieron detenerse y dormir. En realidad, fue Thing el que la detuvo, preocupado por la ingente cantidad de horas de sueño que Rem cargaba a sus espaldas. Rem se dejó llevar, conmovida por su preocupación, y, aquella noche sí que durmió. Se durmió en el abrazo cálido y seguro de Thing, con todos sus miedos hechos añicos. Esa noche no tuvo pesadilla alguna.


***


Rem se levantó horas después, la sonrisa floreciendo en su rostro al sentir el contacto de Thing. Se acurrucó en su pecho desnudo y suspiró profundamente, dejando que los impulsos eléctricos le hicieran latir el corazón más deprisa. Se sentía viva. Por primera vez desde que tenía uso de razón, sentía que era quién quería ser, y las dudas sobre su identidad desaparecieron, por lo que se quedó allí largo rato, disfrutando de aquel momento infinito.

Después se volvió para mirar a Thing y retomar la situación justo donde la habían dejado la noche anterior. Y lo que vio le dejó horrorizada.

Los ojos del jefe miraban al techo, verdes y fríos como los implantes que eran, sin desprender ninguna clase de brillo. Muertos.

Olvidando su desnudez y el hecho de que Thing era un robot y que por tanto no necesitaba dormir, Rem lo sacudió gritando que se despertara. Pero Thing no despertó. Asustada, Rem se levantó y llamó a un servicio técnico. Pero, cuando le cogieron la llamada, Rem vio algo extraño en el dorso de su mano derecha. Se trataba de un pequeño objeto redondo, similar al que le había transmitido el mensaje, pero en esta ocasión no desprendía luz, sino que se camuflaba con el color de su piel.

Rem dejó caer el teléfono al suelo y se observó la mano, horrorizada.

—No… ¡No! — gritó, mientras se arrancaba el objeto y lo estrellaba contra la pared con una fuerza descomunal. En el proceso, y debido a la fuerza desmedida, se arrancó parte de la piel falsa de su mano, dejando ver el cableado tan complejo y preciso que circulaba tras ella.

Rem se boqueó, tal era su angustia que sintió que el aire le faltaba, y entonces hizo algo que no hacía desde que era niña: comenzó a hiperventilar. Cayó al suelo, sintiendo como la sombra se erguía ante ella con más presencia que nunca.

“Rem. No mereces ser feliz ¿Comprendes? Los engendros no merecen ser felices, aunque traten de camuflarse entre las personas”

—Tienes… razón— el aire llegaba de manera irregular a sus pulmones, el corazón le latía desbocado.

“Eres inútil, Rem. Es que todos los golpes, las humillaciones… ¿No sirvieron de nada? ¿No aprendiste nada? ¿Hasta ese punto de imperfección llegas?”

—Yo… Lo siento— logró articular, con la boca seca.

“Sentirlo no arreglará tu estupidez. Pero hay algo que puedes hacer, Rem. Sabes lo que es”

—Lo sé— Rem estabilizó su respiración. Su pulso volvió a la normalidad. Al tener un encéfalo imperfecto, seguía necesitando tanto la sangre del corazón como el oxígeno que le proporcionaban sus pulmones. Respiró hondo, y se levantó, la sombra pegada a su espalda, cargada de un odio oscuro y visceral.

Se miró la mano en la que los cables eran perfectamente visibles, y entonces salió de la habitación.


***

Encontrarlo fue fácil. Fue fácil teniendo en cuenta que ya sabía la identidad del sujeto C. Rem se movía con pasos lentos, como si le costase moverse. Quizás realmente le costaba moverse.

El edificio de su antigua casa sí que parecía una vieja mansión abandonada, a diferencia de la antigua fábrica de zapatos. Los colores de las paredes estaban desvaídos, los ventanales destruidos, el techo derruido. Rem se adentró en la casa sin ningún atisbo de miedo.

Obvió las fotos, las habitaciones, los recuerdos, y se centró en la sombra. La sombra era lo único que importaba en ese momento.

Llegó al despacho de su padre y abrió la puerta sin esfuerzo, la fuerza de sus brazos impulsó el obstáculo hasta la otra punta de la sala.

Su padre la esperaba, sentado en su butaca como solía hacer, con las manos entrelazadas y una expresión seria en el rostro. No dijo nada al verla entrar. El ambiente era áspero y rezumaba tensión.

—¿Por qué? — preguntó Rem, la voz un témpano de hielo.

—Tenía que hacerlo, Rem… Ese hombre te estaba utilizando, nublando tus sentidos.

—¿Por qué volviste?

—Lo hice por tu bien.

—Por mi bien…— la sombra se envalentonó, fluctuó amenazante por toda la habitación, cubriendo de rojo la visión de Rem—. Jamás hiciste nada por mi bien. Me odiabas.

—¡No te odiábamos! ¿Cómo puedes decir eso? — el padre de Rem se levantó de su asiento, de pronto su rostro era una máscara de ira—. ¡Te queríamos!

—Si de verdad me hubieseis querido… a mí. A Rem… Jamás me hubierais hecho lo que me hicisteis… Y lo peor… Es que habríais tratado así a cualquier hijo que hubierais tenido ¿Verdad?

“Engendro”

—Rem… Cálmate. Hablemos las cosas…

“Despojo”

—No hay nada que hablar. Me has destrozado la vida. Y yo voy a destrozar la tuya

“Matar. Matar. MATAR”

Rem se abalanzó contra su padre, la fuerza de sus brazos por delante. El hombre detuvo el golpe, con los ojos abiertos, pero sorprendido sin duda de ver que la fuerza de los implantes de Rem superaba la suya propia.

La chica encadenó una serie de golpes destructivos seguidos, mientras sus piernas se movían a gran velocidad alrededor de su adversario, que tenía problemas para seguirle el ritmo.

Una patada alcanzó el rostro de su padre, que salió despedido hasta quedar encajado en la pared del despacho. La grava y algo de polvo cayeron del techo, y las ruinas se tambalearon ante el golpe. A Rem no le importó en absoluto.

Arremetió tanto y tan fuerte que los implantes de su piel se fueron desprendiendo, dejando al descubierto en lo que se había convertido: En un amasijo de cables y trozos de metal.

—¡Rem, escúchame! — gritó su padre, desesperado, mientras sus propios implantes sufrían las arremetidas de su hija. Un brazo chasqueó de manera espeluznante, y seguidamente salió despedido en un cúmulo de chispas y acero—. ¡Lo siento! ¡Lo siento de verdad! ¡Te hicimos cosas horribles, y no sabes cuánto me arrepiento! ¡¿Por qué crees que comencé a atentar contra las fábricas menores?! ¡Porque quería enmendar mi error, destruir lo que creía que era perfección! Por favor, Rem, no me importa si acabas conmigo, ¡pero escúchame!

Rem detuvo su férreo puño a escasos milímetros del rostro de su padre, y una onda de choque le removió el cabello, lacio y canoso.

—Todo lo que he hecho hasta ahora… Ha sido por ti, Rem. Nada me importa ya excepto tú. Si vas a odiarme de por vida… Entonces no merece la pena seguir viviendo. Pero tenía que intentar destruir la sociedad perfecta que yo había fomentado… Me di cuenta… De que estos implantes no significan perfección. De que existe belleza en lo imperfecto… Y me odio por todas las cosas que te dije, todos los golpes, las humillaciones… ¿Qué debía hacer, Rem? ¿Dejar que mi pequeña se convirtiese en aquello que ahora quiero destruir? ¿Tenía que aguantarme viendo como el destino se reía de mí, viendo como mi pequeña seguía los pasos de un hombre idiota? No podía vivir con esa sombra sobre mi consciencia, Rem…

Rem emitió un sonido agudo y repetitivo, que fue creciendo en intensidad hasta que se hizo evidente que se trataba de una risa. Su padre la miró con los ojos abiertos, la incomprensión brillando en su mirada. Había dicho la verdad, y Rem lo sabía.

—¿Qué sabrás tú de sombras? — dijo finalmente Rem, antes de que su puño atravesara el cráneo de su padre y dejara escapar la víscera central junto con todo el líquido cefalorraquídeo a su alrededor.

Rem hizo una mueca de repugnancia al sentir la sustancia tocar sus prendas. 




Epílogo: Ascensión




La sombra seguía a Rem. No. La sombra ya no seguía a Rem, sino que se había fusionado con ella, y ahora eran la misma cosa. Una cosa rota e imperfecta.

Al igual que la última vez, el quirófano simulaba un abismo profundo y horizontal, y las luces parecían ojos que le observaban y le criticaban. Le reprochaban su decisión.

Rem avanzó, sin dirigirle la palabra al cirujano que tantísimas veces le había operado. Siguió las instrucciones que le dijeron y se tumbó en la mesa, sin pensar en la sombra que ahora se estrellaba en los recovecos más profundos de su interior.

Ese día, por fin, iba a alcanzarla. La perfección. Se había acabado el engendro. Se había acabado la mierda deforme que había sido hasta el momento. Se sentía sucia, pero sabía que una vez la operación acabase, podría tirar ella misma su suciedad a la basura. Y oh, cuánto iba a disfrutar de hacerlo.

En algún rincón de su caótica mente, el miedo brillaba de manera muy sutil, pero estaba sepultado junto con el resto de las emociones por aquella sombra de ojos rojos viscosos e inmensos.

Antes de que los médicos comenzaran con su tarea, Rem pidió que le mostraran la obra de arte. La obra magna. La perfección. Como era habitual, tenía la forma de un encéfalo humano, pero todos en aquella sala sabían que era un artefacto divino, diseñado solo para la perfección más absoluta.

Rem cerró los ojos y pidió el sedante con autoridad, como la última vez, aunque en esta ocasión sí que era necesario.

Poco a poco, su mente se fue sumiendo en un extraño letargo, mientras la sombra aullaba en su interior. Después, nada.

“La persona que va a despertar… ¿Sigue siendo Rem?"

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