Ir al contenido principal

Twitter

La estrella que no era una estrella

 

Seré una estrella. Lo sé. Incluso en mi nacimiento, mientras el disco natal gira a una velocidad vertiginosa y las consciencias de mis hermanos se van consolidando entre la inconmensurable cantidad de materia, puedo sentir en mi interior la identidad de una estrella. Es lo que soy, lo que voy a ser.

Todo el polvo y el gas gira en torno a mí, conformando mi cuerpo material. Voy sintiendo cómo la presión va compactando las partes más pequeñas de mi ser, confinándolas en una esfera que va creciendo en tamaño y densidad. Sonrío. Es muy hermoso ser consciente de cómo te vas convirtiendo en algo real. De cómo tu consciencia se va formando al mismo ritmo en que lo hace tu cuerpo.

Pero todavía necesito más. Mucha más materia. Seré la estrella más grande y brillante que se haya visto jamás. Debo serlo. Y para ello necesito mucha más materia. Me contraigo en un gesto de emoción contenida. No puedo esperar a terminar de nacer, a poder iluminar con mi esfuerzo la eterna oscuridad de nuestro Hogar. Solo de pensarlo se acelera el disco natal.

Me pregunto cómo serán mis hermanos. Todos girando alrededor de mí. y, de alguna forma, yo girando alrededor de ellos, en un equilibrio aparentemente imposible, pero inconcebiblemente bello. Quizás incluso tenga un semejante, otra estrella de proporciones similares con la que poder bailar el resto de nuestra vida. Sería tan bonito...

El disco decelera. Mi consciencia se estremece al comprender la gravedad de lo que esto implica. Me falta masa. Mucha masa aún.

—No. ¡No! ¡NO! ¡Todavía no! ¡Gira, por favor, gira! — trato por todos los medios de concentrar mi cuerpo de tal manera que el disco natal pueda seguir girando, pero mis esfuerzos son totalmente inútiles.

Mis hermanos se van consolidando como enormes planetas gaseosos, pequeños, pero sólidos planetas rocosos, mientras el disco natal se va enfriando hasta dejar meras órbitas. Hermosas y precarias, y sin capacidad de aumentar mi masa.

—Esto no puede estar pasando...

Susurro a la vez que un escalofrío recorre mi cuerpo recién forjado. No. No me voy a conformar sin haberlo intentado siquiera. Inspiro hondo y comienzo mi proceso de fusión. Si quiero ser una estrella, debo conseguir que las pequeñas cantidades de materia que me forman se fundan en otras partículas. Solo así podré brillar. Y aunque parece que consigo, de alguna forma, fusionar algunos materiales, no logro el punto en el que mi interior pueda brillar e iluminar nuestro Hogar. Estoy, por tanto, en un punto medio, en el que mi cuerpo titila débilmente para apagarse en un extraño patrón incompleto.

No puedo creerlo. Yo... Soy una estrella. Lo tenía escrito en mi interior. Lo podía sentir en cada una de las partes que me conformaban... ¿Por qué entonces no puedo brillar? ¿Por qué mi apariencia, mi tamaño, mi masa... son tan distintos a la del resto de estrellas?

Miro a mi alrededor, y el mundo se me viene encima cuando contemplo la majestuosidad de la gran estrella que será el centro de nuestro barrio. Es grande, brillante y pesada. Elegante y concisa, fusionando sus elementos para dar luz al Hogar oscuro. Tan... distinta a mí. Yo debería estar ahí, girando con ella en un vals sobrecogedor. ¿Por qué, en cambio, giro a su alrededor... como un mero planeta más? ¿Quizá fallara mi intuición? ¿Quizás hubo algún problema en mi nacimiento?

No puedo quedarme así, sin más, esperando que alguien me dé una respuesta y que llene el vacío que siento en mi interior por haber fracasado incluso cuando apenas he sido creada. Debo actuar.

Con un esfuerzo abismal, consigo girar mi eje de tal forma que puedo ver de manera nítida el cuerpo de mi hermano planetario más cercano. Es terroríficamente similar a mí, por lo que la angustia se va instalando en mi desastroso ser. Con un nudo en mi materia, me armo de valor para preguntarle lo que más me preocupa.   

—Hola, hermano. Me alegro de conocerte.

    El planeta me encara también, extrañamente confundido. De alguna manera puedo detectar que no estaba preparado para hablar con nadie. Como si esa posibilidad no hubiese sido siquiera posible hasta que le he dirigido la palabra. Sin embargo, y pese a su reticencia inicial, el gigante gaseoso acaba por expresarse.

—Hola, hermano. Yo también me alegro. Mi nombre es Joviano

—Joviano... ¿Cómo sabes tu nombre? — le pregunto, cada vez más ansioso.

—Pues... Lo sé. Sin más. He nacido con él. ¿Acaso tú no tienes un nombre?

Me revuelvo en mi órbita tratando de encontrar una respuesta que parezca convincente, pero no puedo llegar a una conclusión tan precisa como la de mi compañero.

—No… No logro encontrar mi nombre. Por favor, ayúdame a encontrarlo. Estoy asustado.

Joviano se agita, al parecer incómodo ante la extraña petición.

—¿Cómo te puedo ayudar?

—Bueno… Con que me digas lo que soy bastaría. Si me confirmas que soy un planeta me quedaré más tranquilo.

Y, aunque lo que le he dicho es cierto, y una parte de mí quedaría tranquila al saber con certeza lo que soy, la realidad es que siento una desilusión inmensa que me rompe en mil pedazos. No obstante, el vacío de mi interior parece agrandarse todavía más si cabe cuando Joviano acaba por negar con vehemencia.

—No, no puedo decir que seas un planeta. Eres algo más grande que yo, y mucho más denso. Además, parece que puedes brillar algo mientras te contraes.

Por supuesto, Joviano tiene razón. Desde que he nacido no he dejado de intentar brillar fundiendo mis materiales, pero lo único que he conseguido ha sido este tenue y débil destello, nada comparable a la luminosidad de una estrella.

—Quizás seas una estrella— termina por especular Joviano, algo más cómodo con la conversación.

—Yo… Creía ser una estrella mientras nacía. Pero ahora sé que no lo soy. Me siento… desgraciado.

De nuevo, Joviano se remueve, incómodo. Su incomodidad me produce tristeza y aprensión.

—Supongo que yo tampoco sé lo que eres… Quizás sí que seas una estrella, aunque no lo creas. ¿Por qué no le preguntas a Eris, la estrella de nuestro barrio?

Giro mi eje de tal forma que puedo enfocar a Eris con el rabillo del polo, y contengo las ganas de emitir una nube de polvo exasperante.

—Si realmente te importa tanto, quizás deberías preguntarle— comenta mi compañero con una voz sorprendentemente severa. Lo cierto es que tiene razón. No hay nada que me importe más que saber qué soy, por qué no soy una estrella pese a que estaba convencido de que lo iba a ser.

Y si quiero encontrar alguna respuesta a esas preguntas debo aventurarme a hacer cosas que me incomodan y que me asustan. Quedándome aquí, lamentando mi existencia no conseguiré absolutamente nada.

Le doy las gracias a Joviano, y, tras, conseguir el valor necesario, consigo encarar a Eris mientras el vacío parece expandirse un poco más en mi interior.

—Hola, Eris. Me alegro de conocerte.

De nuevo, el astro central parece sentirse confuso de que alguien le esté dirigiendo la palabra, pero acaba por aceptar que realmente lo han hecho y se recompone para brillar con algo más de fuerza. Es absolutamente precioso.

—Hola, hermano. ¿Qué te ocurre? ¿Tienes algún problema? — su voz es cálida y apacible como su apariencia, pero no puedo evitar escuchar cierto grado de soberbia en sus palabras.

—Lo cierto es que me preguntaba si tú podrías indicarme si soy una estrella.

Eris fluctúa de manera dubitativa, como si cavilara durante unos instantes mi naturaleza.

—No, no puedo asegurar lo que eres, pero sé con certeza que no eres una estrella. Yo soy más grande, más denso y mi fusión es completa.

Tiene razón. Pero… Si no soy una estrella y no soy un planeta…

—… ¿Qué soy? — le pregunto a Eris sin apenas ser consciente de que le he vuelto a dirigir la palabra.

—¿Acaso importa lo que seas?

—Pues… Sí. Nací con el nombre de una estrella, solo para descubrir que no lo soy. Me da… miedo no saber qué soy, ni lo que tengo que hacer.

—¿Quizás un gigante gaseoso? — especula Eris, evidentemente incómodo. Niego con el cuerpo, apenado.

—Oye, no te desanimes. Por suerte para ti el Hogar es vasto y en él puede que encuentres esa respuesta que tanto deseas.

Sin poderlo evitar, me contraigo en un gesto de sorpresa.

—¿De verdad?

—Te lo aseguro. Allá en entre mis hermanas las estrellas puedes encontrar otros astros, cientos de ellos, que no son ni planetas ni estrellas. Ni asteroides ni polvo. Aunque… sería conveniente que te pusieras un nombre, pese a que no nacieras con él. Es incómodo para los demás tener que pensar en ti como… el pasado.

—Oh, tienes razón… ¿Cómo me podría llamar?

Eris emite varias lamias de plasma incandescente a la vez que su cantarina voz recorre el espacio que nos separa. Incluso su risa es hermosa.

—Eso es algo que debes decidir tú.

—Hmm… Está bien. Te lo agradezco mucho, Eris. No sé cómo compensártelo.

—No hay de qué, hermano. Si quieres, puedo ayudarte a abandonar el barrio.

Aunque al principio había estado convencido de que deseaba encontrar a esos astros extraños para descubrir mi esencia, lo cierto es que abandonar el barrio me produce cierta incomodidad. Mi órbita es parte de mí también, una terminación de mi cuerpo como lo es mi núcleo o mi corteza. Sin embargo, las palabras de Joviano resuenan en mi mente todavía, por lo que hago del núcleo corazón y termino por asentir ante Eris.

La increíble estrella de mi preciado barrio se contrae en una impresionante y sobrecogedora llamarada azulada, agitando, en el proceso, cientos de asteroides de todos los tamaños. Los pequeños astros, asustados de pronto, gritan en una cacofonía inacabable mientras escapan de sus órbitas para dirigirse a gran velocidad hacia mí.

Si tuviera ojos, los habría cerrado, pero soy perfectamente consciente de cómo mis diminutos hermanos impactan de manera abrupta contra mí una y otra vez, moviéndome cada vez más hasta que, finalmente, mi cuerpo abandona su órbita y se aventura hacia la inmensidad del Hogar con un movimiento rectilíneo y constante.

Estoy… emocionado. De alguna forma, este es el comienzo de un viaje en el que descubriré quién soy y, sobre todo, para qué sirvo. Así que, aunque el vacío de mi ser es mi aliciente, la ilusión por conocer nuevos astros es el combustible de mi motor. Solo espero llegar pronto a mi próximo destino.

***

 

El Hogar es un lugar desconcertantemente grande. Aunque el concepto de tiempo carece de sentido para mí, soy capaz de hacerme una idea de cuántos movimientos he realizado desde mi posición inicial en mi barrio. Y son muchos. Tantos que resulta casi ilógico.

Desde la cómoda posición de mi órbita, las estrellas vecinas parecían incluso cercanas. Pero nada más lejos de la realidad. De hecho, algunas de ellas, las que se encuentran a cientos de millones de años-luz de distancia, parecen alejarse de mí pese a mis intentos por aproximarme a ellas. Y lo que es más aterrador, cuánto más lejos están esas estrellas, más rápido parecen alejarse de mí. Tiemblo ante las múltiples repercusiones de lo que esto implica, pero, de pronto, algo me saca de mi ensimismamiento.

Sin darme cuenta, he acabado por entrar en el radio de influencia de un barrio cercano, por lo que soy capaz de escuchar las voces de los hermanos que lo conforman. Sin embargo, hay algo perturbador en el entorno. No se trata solo de que el ambiente sea mucho más oscuro de lo que debería en un disco planetario conformado por una estrella, sino que puedo sentir la emisión de ondas de angustia similares a las que yo mi mismo creaba durante el momento de mi nacimiento. Y no solo eso… Por debajo de los sonidos de dolor, puedo percibir una sensación mucho más acuciante de desesperación. De ansia absoluta por encontrar… algo.

Estoy asustado, pero no por nada he abandonado mi cálida órbita para descubrir mi naturaleza. Tengo que ser valiente. Por ello giro mi eje hasta encarar un astro más grande que yo, y aunque al principio pienso que es una estrella, su color blanquecino, su extraña frialdad y su falta de luminosidad me hacen pensar que estoy equivocado.

—Hola, hermano. Vengo desde un barrio lejano en busca de mi naturaleza y me preguntaba si…

Me detengo instantáneamente al notar una actitud hostil del astro blanco hacia mí en cuanto detecta mi presencia.

—Masa— susurra el cuerpo pálido mientras comienza a contraerse de forma espasmódica—. Masa. Masa. MASA.

Su grito final me asusta. No solo porque es una actitud rayana en la locura, sino porque siento un fuerte tirón proveniente del cuerpo extraño. Poco a poco, la materia que me conforma va siendo arrastrada por el astro como si estuviera alimentándose de mí.

—¡No! — grito, aterrorizado, mientras trato por todos los medios de alejarme de esta cosa.

Sin embargo, aunque logro escapar de su radio de influencia, mi corteza se viene abajo al darme cuenta de que no es el único astro de ese estilo que hay en este sistema. Decenas de estos extraños cuerpos pálidos me rodean por todas partes, todos igual de ansiosos y desesperados, buscando materia de la que alimentarse.

Estoy tan perdido en mi angustia que no me percato de la presencia de un cuerpo mucho más pequeño a mis espaldas, y estoy a punto de colisionar con él. No obstante, su aguda voz se hace escuchar por encima de los susurros depravados de los astros blancos.

—¡Eh! Lleva un poco más de cuidado— me dice un pequeño planeta rocoso de apariencia rojiza.

—Lo siento… Estaba intentando escapar de esa… cosa— balbuceo mientras señalo con el rabillo del polo el astro extraño.

—Aah, te refieres a Req.

—¿Qué se supone que es?

—Bueno, es una estrella, por supuesto.

La respuesta del planeta me sorprende tanto que no puedo evitar emitir una nube de polvo en respuesta.

—Pero… No parece en absoluto una estrella.

—Lo cierto es que no le queda mucho para abandonar su consciencia. Supongo que no es correcto seguir llamándola estrella.

—¿Qué es entonces? — pregunto con cierta ansiedad. El planeta rocoso me mira reticente, y entonces me arrepiento de mi desesperación inicial. Debo encontrar un nombre cuanto antes.

—Es una enana blanca. El cuerpo frío y yermo de una estrella que ya ha consumido la mayoría de su combustible.

—¿Y por qué parece tan…?

—¿Desesperada? Bueno, eso es porque todavía guarda la esperanza de seguir fusionando sus componentes más básicos. Cree que, con la suficiente energía, será capaz de seguir cumpliendo la misión para la que ha sido diseñada.

—Brillar. Arder. Iluminar el Hogar— susurro con nostalgia. El planeta rocoso asiente.

—Sin embargo, es solo cuestión de tiempo que su cuerpo se apague por completo y muera de forma irremediable.

—Eso es… terrible.

—Oh, sin duda lo es para una estrella. Aunque yo no logro entender por qué le conceden tanta importancia al hecho de no poder brillar. Les enloquece pensar que algún día van a dejar de iluminar el Hogar, y por ello, cuando se acaba su combustible, su consciencia parece ir apagándose entre locura. Sin embargo, yo he vivido ya mucho sin brillar, y nunca he sentido que mi conciencia se desvaneciera.

—Tienes razón. ¿Por qué las estrellas terminan por perder su esencia?

El planeta rocoso se encogió de continentes, sin poder darme una explicación.

—Así funcionan. Supongo que ese debe ser su propósito, y no pueden soportar no seguir cumpliéndolo.

—Y ¿en qué se convierten cuando su conciencia se apaga?

—No lo sé… Nunca he llegado a ver cómo una enana blanca se termina de apagar. Pero sí que he visto como poco a poco se van volviendo más inconscientes e irracionales.

—Muchas gracias por hablar conmigo. De verdad que te lo agradezco.

—No hay de qué… Esto… No logro dar con tu nombre, hermano.

—Yo… bueno, todavía no tengo nombre.

—Eso es un problema. A mí no me importa en absoluto, pero otros astros pueden no ser tan benevolentes como yo.

—Lo sé, lo sé. Lo arreglaré. Por cierto, no quisiera molestarte más, pero todavía tengo una última pregunta que hacerte.

—Dime, hermano.

—Verás, ¿tú crees que puedo ser una enana blanca?

La respuesta del planeta rocoso es rápida y concisa.

—No. No pareces una enana blanca en absoluto. Yo diría que eres un gigante gaseoso o una estrella pequeña.

Niego con el cuerpo, tremendamente apenado.

—Me temo que no soy ninguna de esas cosas.

—Oh… Bueno, espero que consigas encontrar tu nombre pronto, hermano. Y que el Hogar conserve tu conciencia.

Me despido del pequeño planeta rocoso y, de nuevo, me aventuro en las profundidades del Hogar, esquivando en el proceso a múltiples de las enanas blancas que todavía buscan materia de la que alimentarse.

No obstante, antes de poder salir a la oscuridad absoluta, un pequeño disco orbitario llama mi atención. En él no hay planetas, ni otros astros a parte de una estrella inmensa y rojiza y una pequeña enana blanca orbitando a su alrededor.

Con cuidado, me acerco a la estrella tratando de dejar fuera del radio de influencia a la enana blanca.

—Hola, hermano. Me alegro de conocerte.

La inmensa esfera rojiza se gira hacia mí y me sonríe. Su apariencia es la de un astro muy hinchado, como si tuviera los carrillos llenos de plasma.

—Hola, pequeño. ¿Qué te trae a nuestro barrio?

—Me preguntaba si podrías ayudarme a descubrir mi nombre.

—Me temo que no puedo hacer eso… El nombre no es algo que se pueda poner o quitar. Es algo con lo que se nace.

—Oh…

De pronto, la presencia de la enana blanca se vuelve tangible en forma de ondas que atraviesan el Hogar. Está… completamente desquiciada. Parece muy feliz de poder absorber la materia de su estrella hermana. Demasiado feliz. Perturbadoramente feliz. Debo avisar a esta gigante roja.

—Perdona, pero la enana blanca que está aquí contigo parece demasiado feliz.

La estrella de los carrillos hinchados parece fluctuar de forma que lo percibo como si estuviera frunciendo el ceño.

—Es mi hermana. Por supuesto que debe estar feliz.

—Pero… Presiento que algo malo va a suceder.

—Vienes aquí, sin tan siquiera un nombre, tú, astro insignificante y yermo, a cuestionarme a mí y a mi hermana. ¡Cómo te atreves!

La gigante roja estalla en un viento solar de grandes proporciones que me golpea directamente. El plasma es demasiado candente para mí, y sé que si no me hago algo pronto acabaré por perecer. Me alejo de su atracción gravitatoria tan rápido como me permite el Hogar, pero a mis espaldas todavía puedo escuchar los gritos de la estrella.

Sin embargo, por encima de los insultos de su hermana, la voz grave y enloquecida de la enana blanca retumba en la inmensidad de nuestra casa.

—FUSIÓN. LO LOGRÉ. PODRÉ VOLVER A ILUMINAR MI HOGAR.

Se escucha un chasquido aterrador, similar al que produciría la mecha de una bomba al prenderse. Trato de alejarme del sistema rápidamente, cuando, de pronto, comienza la explosión.

La enana blanca estalla en un cúmulo de materia que se expande a una velocidad vertiginosa. De hecho, pese a que había recorrido un buen trecho, la increíble explosión termina por incidir de lleno sobre mí, propulsándome a velocidades inimaginables y degradando mi cuerpo en el proceso.

Mi mente baila en el limbo de la conciencia y la oscuridad absoluta, mientras mi cuerpo viaja por el espacio de forma errática. No es hasta mucho después que un pequeño planeta rocoso me encuentra perdido en medio de la nada.

—¡Eh, hermano! ¿Qué se supone que haces ahí? ¡Huye! ¡Está llegando! ¡Está llegando!

En mi estado de semiinconsciencia, no logro retomar el control de mi cuerpo, pero de alguna manera soy capaz de escuchar las advertencias del planeta rocoso.

Confuso, trato de volver a la normalidad, recobrando poco a poco la totalidad de mi consciencia.

Es justo en ese momento que lo escucho. Un zumbido abrupto y ensordecedor que hace temblar todo a mi alrededor. En torno a mí solo hay astros que parecen orbitar de manera desorganizada y arbitraria. Estrellas inmensas arrastradas por una fuerza mucho mayor.

Volteó mi eje con lentitud, y entonces me percato de su presencia.

Un agujero en el Hogar, esa es la única descripción posible. Una brecha de dimensiones tan extraordinarias que apenas puedo llegar a imaginar el tamaño de semejante astro. Parece… consciente de alguna forma, pero sé a ciencia cierta que no me escuchará. Su única pretensión parece ser… absorber materia a su paso.

Los desgraciados planetas, estrellas y el resto de los astros que estaban demasiado cerca, se precipitan hacia el astro con gran potencia. Sin embargo, conforme se van acercando al cuerpo de la bestia, su velocidad parece reducirse exponencialmente, hasta que acaban por detenerse por completo en la superficie. Desde allí, sus consciencias se van apagando poco a poco, y la luz de sus cuerpos se va atenuando hasta que desaparecen por completo.

Aterrorizado, trato de escapar de la inmensidad de la terrible bestia y de su constante y monótono zumbido, que resuena en mi cuerpo como un marcador de muerte. La oscuridad que compone su cuerpo es mucho más pronunciada y aterradora que la del mismísimo Hogar, y solo tengo deseos de alejarme de allí cuanto antes.

No sabía que en mi Hogar pudieran existir astros tan aterradores y misteriosos…

***

 

Tengo frío, miedo, estoy cansado y sigo sin tener un nombre. Quizás haya llegado el momento de apagar mi consciencia como las enanas blancas y comenzar a vagar por el Hogar sin propósito alguno. Cuando me alcanzó la supernova de aquella enana blanca y me desvanecí temporalmente no estaba tan mal. Simplemente era como si no existiera. Sí… Creo que lo mejor será que deje mi búsqueda y me quede aquí. Si no soy una estrella, no soy un planeta. Si no soy un asteroide, ni una enana blanca, ni siquiera una de esas… aterradoras bestias que surcan el Hogar. ¿Qué diantres soy? Y lo más importante… Si no sé lo que soy, ¿Cómo puedo llegar a saber para qué fui creado?

Mi mente se apaga poco a poco, y yo no hago nada por evitarlo. Mientras, mi cuerpo se va desintegrando en una nube de polvo y gas que lleva mi llanto a las profundidades de mi querido y temido Hogar.

La consciencia me abandona, estoy a punto de apagarme…

—Eh, hermano. ¿Por qué lloras?

Aunque no lo deseo, vuelvo a retomar el control de mi consciencia para enfocar un diminuto astro de características peculiares.

—Lloro porque no tengo un nombre. Porque en mi interior tengo escrito que soy una estrella, pero no lo soy. Porque tampoco soy un planeta, ni nada que haya visto en mi existencia. Porque el Hogar alberga astros extraños y terroríficos y porque no sé para qué existo.

—Oh, hermano… ¿Sabes? Yo solía ser como tú. Nací con la marca de un asteroide, pero de alguna forma sabía que no terminaba de serlo, y mis semejantes me lo solían recordar a menudo. Así que me aventuré en el Hogar para descubrir lo que era. Viajé durante una eternidad mientras mi cuerpo se iba perdiendo en el proceso. ¿Y sabes qué? Me habría desvanecido sin más, de no ser por una estrella que conocí. Cuando estaba a punto de apagarme, me dijo que no me fuera todavía. Que le gustaría contemplar mi cola una vez más.

—¿Tu… cola?

El extraño astro se rio, jovial.

—Ahora no puedes verla, porque tengo que acercarme a una estrella para que aparezca. Pero la cuestión es que desde ese momento no me importó ser lo que era. No me importaba tampoco apagarme cuando llegara el momento. Todos nacemos y morimos en algún momento, y eso nos hace iguales a todos. Y el hecho de que no seas una estrella ni un planeta hace que seas especial. Y el Hogar no sería igual de hermoso sin tu presencia.

Tiene razón, por supuesto. El hecho de ser un astro indeterminado entre estrella y planeta no me hace ser una estrella fracasada, ni un planeta demasiado grande. Al contrario, hace que surja una nueva clase de astro con la que llenar la inmensidad del Hogar.

—Mi existencia radica… en que soy distinto al resto de los astros.

—Así es, hermano. No debes avergonzarte de ser lo que eres.

—¿Cuál es tu nombre? — le pregunto con curiosidad. Al igual que yo, este pequeño cuerpo celeste ignoraba tanto su nombre como lo que era, por lo que necesito saber cómo lo había hecho para encontrar su identidad.

—Mi nombre es Halley. Y soy un cometa.

—Es un nombre precioso.

—Tú también puedes tener un nombre, hermano. Si no conoces a nadie como tú, entonces tendrás que definirte a ti mismo, ¿no crees? Dime, ¿quién eres?

¿Qué soy? Bueno, tengo escrito en mi interior la cualidad de estrella, pero está claro que no lo soy. Podría ser un gigante gaseoso, pero puedo realizar fusión de materiales. Así que debo ser un astro a medio camino entre estrella y planeta.

Sonrío. Creo que por fin he encontrado mi nombre.

—Soy Luhman. Y soy una enana marrón.

 

 

 

 

Buenas, gente. Después de un largo tiempo sin hablaros directamente, vengo a deciros que a partir de ahora voy a adjuntar un archivo en PDF del relato que suba. Lo cierto es que me cuesta bastante escribir directamente en el editor de blogger (me resulta muy incómodo), por lo que suelo escribir en Word y después transcribir el relato a blogger. Sin embargo, llevo ya varias semanas con la mosca detrás de la oreja de que no se ve igual de bien y algunas cosas se me descuadran en el proceso de transcripcción. Así que he decidido añadir un PDF con el archivo para que los que queráis leerlo así. De esta manera también podréis leerlos sin necesidad de tener internet. Así que cualquier cosa rara en el enlace no dudéis en comentarla. Pues nada, os dejo el primer PDF de este relato extraño de 2021 y os deseo un feliz año a todos.

 

La estrella que no era una estrella.pdf


 

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Sombra

Prefacio: Médula El pasillo era un pozo sin fondo. Un abismo horizontal, poblado por decenas de luces que simulaban ser ojos brillantes y expectantes. Ansiosos. La chica miró el pasadizo con aprensión, las piernas le temblaban levemente, y las manos se movían con nerviosismo sobre el pelo lacio a la altura de los hombros. Respiró hondo, consciente por primera vez de que estaba temblando sin querer, y con un mero pensamiento sus piernas dejaron el tembleque al instante. De hecho, sus piernas fueron el motivo por el que la chica se infundió de valor y comenzó a caminar por el alargado pasillo. Había pasado por el quirófano otras veces. De hecho, había pasado por el quirófano muchas veces. No debía sentirse preocupada, pues sabía que el médico que le iba a atender era un profesional en toda regla, y jamás dejaría que le sucediese nada. Sin embargo… No era eso lo que le perturbaba. Los accidentes iatrogénicos eran muy infrecuentes con las nuevas tecnologías, y, en realida

Imperdonable

Como sé que este relato es bastante subjetivo y puede ser que no se entienda, abajo he puesto una explicación de lo que ocurre en esta historia: Hállome en la más inconcebible oscuridad, donde mi capacidad de pensamiento está limitada por estos fúnebres sentimientos cuya procedencia desconozco. En la oscuridad más densa e impenetrable, atisbo un rayo de luz. No me sorprendo. No es la primera vez que sucede. Hay veces incluso que aparecen varios haces de luz de manera simultánea. No puedo decir que me desplazo hacia allí, porque no sería correcto. Las tinieblas en las que habito no son un espacio, y por lo tanto el concepto de moverse no tiene sentido aquí. De igual forma, tampoco puedo hablar de que he estado mucho tiempo aquí confinado, sufriendo una tortura indescriptible, porque realmente no sé si aquí existe el tiempo. Lo único que sé es que tanto dolor se me hace eterno. La luz me envuelve en su halo, y me teletransporta a otro lugar. Sé a dónde me dirijo. Al principio creí qu