Ir al contenido principal

Twitter

Imperdonable




Como sé que este relato es bastante subjetivo y puede ser que no se entienda, abajo he puesto una explicación de lo que ocurre en esta historia:



Hállome en la más inconcebible oscuridad, donde mi capacidad de pensamiento está limitada por estos fúnebres sentimientos cuya procedencia desconozco. En la oscuridad más densa e impenetrable, atisbo un rayo de luz. No me sorprendo. No es la primera vez que sucede. Hay veces incluso que aparecen varios haces de luz de manera simultánea. No puedo decir que me desplazo hacia allí, porque no sería correcto. Las tinieblas en las que habito no son un espacio, y por lo tanto el concepto de moverse no tiene sentido aquí. De igual forma, tampoco puedo hablar de que he estado mucho tiempo aquí confinado, sufriendo una tortura indescriptible, porque realmente no sé si aquí existe el tiempo. Lo único que sé es que tanto dolor se me hace eterno.

La luz me envuelve en su halo, y me teletransporta a otro lugar. Sé a dónde me dirijo. Al principio creí que volvía a ser humano, y un sentimiento de añoranza que no lograba ubicar me invadió. Pero luego me di cuenta de que los cuerpos que visitaba no podían ser controlados por mí. Yo no soy más que un simple espectador de lo que ocurre en la realidad.


Esta vez estoy en un cuerpo humano masculino. Tener un cuerpo físico no es siempre bueno. En mi caso, siento el peso de una terrible carga sobre los hombros de esta persona, que ha intentado aliviar mediante el consumo de drogas, lo cual dificulta mi movimiento y adormece mis sentidos. Aun así toco a la puerta frente a la que me encuentro. Pasan unos segundos hasta que otro hombre un poco más alto que yo se decide a abrir. Al principio me mira confundido, pero cuando se percata de quién soy, frunce el ceño y un halo de hostilidad recubre su cuerpo:

  –¿Qué haces aquí?–dice en un tono de voz que deja claro que no soy bien recibido.
  –Hermano…
  –No quiero oír tus mentiras.
  –He cumplido la condena… Soy libre al fin.
  –Dan, vendías droga y nos decías a todos que estabas teniendo suerte en la empresa. Haz el favor de irte.
  –Lo siento…– gruesas lágrimas resbalan por mis mejillas. Los sentimientos de culpa, arrepentimiento y soledad son insoportables–. Perdón…
   –Vete. No te acerques más a mi familia.

El hombre cierra la puerta con cierta violencia, y yo tardo unos segundos en reaccionar. Las lágrimas ardientes no hacen otra cosa que empapar mi rostro demacrado. No tengo a nadie. Lo he perdido todo… por un error del que me arrepiento y del que ya he cumplido condena…
Saco las pastillas del bolsillo. Todavía quedan suficientes.



Finalmente me despego del alma de ese hombre. Pero no lo hacen todos sus sentimientos. El dolor y la culpa me siguen, y sé que debo volver a mi eterna oscuridad. Es una pena que vaya a olvidar de donde proceden estas emociones, que vaya a olvidar la historia de este hombre, al igual que he olvidado la de tantas otras personas. Sé que es mi condena, mi eterna tortura, pero al menos me gustaría poder recordar qué fue lo que me hizo acabar aquí.

Consumido en la inmensa oscuridad de mi hogar, apenas tengo capacidad de pensamiento. El dolor me atenaza constantemente, y de haber tenido un cuerpo con el que gritar, llorar o arrancarme el pelo, lo habría hecho. Sólo puedo pensar en cuándo se acabará esto. Es la única duda que me atormenta más que este sufrimiento. ¿Qué será de mí cuando se acabe esto?


Dos luces se encienden esta vez, y siento como me desgarro en dos para poder ir a ambos sitios a la vez. Pero no me siento mejor cuando tengo un cuerpo, porque lo sentimientos dolorosos siguen ahí. Mucha gente subestima el poder de un sentimiento. Mucha gente desconoce el dolor que puede albergar un cuerpo material. A veces… A veces es demasiado doloroso para un cuerpo tan pequeño. A veces los sentimientos son tan inmensos que llegan a desbocar un cuerpo material.

En esta ocasión me hallo en el cuerpo de una mujer. Poco a poco todos sus recuerdos van invadiéndome mientras trato de enfocar el lugar dónde me encuentro. También me invaden esos sentimientos que tanto conozco. Demasiado pesados…

Al parecer me he quedado dormida en el banco. Ya está anocheciendo y apenas queda gente en el parque. Un señor mayor disfruta de los últimos rayos del ocaso sentado justo en frente de mí. Me gustaría poder dormir para siempre… Dormir es una forma tan sencilla de evadirte del dolor…

En vez de eso suspiro y me levanto. Es hora de volver a casa. Estoy saliendo del parque cuando algo llama mi atención. Si hubiese sido cualquier otra persona, cualquier otro amigo o familiar, no me habría percatado, o habría supuesto que se trataba de una equivocación. Pero el caso es que es él. Una enorme losa cae sobre mi corazón. Esto es… simplemente insoportable. Así que como un alma en pena me acerco a él. Y aunque intento conservar mi dignidad, siento el contacto salado de las lágrimas sobre mis labios. Me ve. Me mira. No sonríe. Su rostro es una estatua de mármol. Una lámina de acero, su mirada. No digo nada al principio… No encuentro las palabras propicias para expresar este arrepentimiento:
  –Yo… yo…– logro balbucear.
 –No digas una sola palabra más. Perdiste mi confianza hace mucho.
 –No sabes cuantísimo lo siento… Lo siento tanto que…– “que no hago más que pensar en el suicidio” trato de decir, pero me corta antes de que pueda acabar la frase.
  –Para. Los actos tienen consecuencias. Acepta que cometiste un error y acepta también sus consecuencias para no volver a cometerlo en el futuro.
  –¡¿Cómo puede un simple error destruir el lazo de toda una vida?!
La poca gente que hay en el parque me mira, pero no me importa. He soltado eso sin pensar… Como si no lo hubiera dicho yo, sino otra persona. Pero aunque no haya sido yo, de haberlo sido habría dicho lo mismo. Creo.
  –Oye… no puedo perdonar lo que hiciste. Déjame vivir la vida… olvidar lo que ocurrió. No quiero volver a verte jamás.


Me despego del alma de esa mujer. No porque haya llegado el momento de hacerlo, sino porque se ha roto, sin más. Se ha roto, y me ha legado sus pesados sentimientos como una maldición. No obstante, estoy contento. Me alegro porque he visto como su alma descansaba. Como me lo agradecía. Creo que es lo más bonito que ha hecho nadie por mí. Aunque claro, también puede ser que haya ocurrido cada vez que he visto la luz. Espero… espero que la locura pueda mantenerla con vida. Quizás algún día pueda recuperar los fragmentos de su alma y volver a ser feliz. Pero eso ya no es asunto mío. Es hora de marcharse.

Cientos de luces… Miles de luces… no recuerdo ninguno de los viajes, pero recuerdo cada luz. Desde que empecé a contarlas es como si tuviera una concepción del paso del tiempo… Del tiempo infinito que permanezco aquí, languideciendo. Dolor… Pena… Soledad… Arrepentimiento… Que se acaben por favor… que se acaben… Trato de resistirme… de hacer algo, de moverme. Pero no puedo moverme donde no hay espacio.
Dolor.
Culpa.
Aggh…
Otra luz… diez trillones setecientos setenta y siete billones ciento once mil novecientos noventa y nueve. Pienso mientras una vez más me envuelve en su halo y me transporta a otro lugar.

Un nudo atenaza mi corazón, y también mi estómago. No he comido nada desde hace dos días, y las ojeras de mi faz dan constancia de lo poco que he dormido. Mas nada de eso importa. Lo único que importa es la puerta que tengo delante. Siento todos y cada uno de los latidos de mi desbocado corazón cuando la puerta se abre con lentitud, y el rostro de una señora mayor se asoma por la puerta. Cuánto tiempo ha pasado… Y qué guapa sigue siendo. No sé que decir, así que saco de mi bolsillo la tarjeta que he preparado por si se me trababa la lengua. Pero ella no la coge. Me mira con un rostro impasible, con una mirada escrutadora, y siento que me encojo y que mi alma se desploma poco a poco. Estoy a punto de darme la vuelta cuando su voz me sorprende:
  –Respóndeme a una pregunta.
La miro sin esperanza. Los ojos yacen muertos en mis cuencas. Nada más a parte de este dolor me mantiene con vida.
  –Tú… ¿Lo sientes?
No respondo. Quiero cerrar la boca, porque sé que parezco imbécil, pero no puedo. Apenas soy consciente de que me he puesto a llorar. Las piernas me flaquean y cuando quiero darme cuenta estoy en el suelo, mientras musito:
  –Lo siento cada día desde que ocurrió… No hay segundo en el que la culpa no me corroa por dentro. Me arrepiento tanto… oh… tantísimo…
Ella se ha arrodillado también. Ella también llora. Me abraza con fuerza. Siento que una terrible carga se va aligerando.
  –Te perdono.
  –Después de lo que hice… no me lo merezco… Pero dolía tanto…
  –Me pediste perdón otras veces. Otras veces dijiste que te arrepentías, y no te perdoné. No lo hice… porque realmente no lo sentías. Si ahora que realmente te arrepientes, te hubiese echado de aquí, mi acto no habría sido mucho mejor que el tuyo. Te perdono… porque no quiero que un error destruya lo que nuestro amor construyó durante tanto tiempo. Y te perdono también porque nadie merece sufrir de la forma en la que tú lo has hecho, te lo merecieras o no.

Tardo mucho en despegarme de ese alma. Mucho. Y cuando finalmente lo hago, ya nada me tira hacia mi oscuridad. Ya nada me atormenta. Por primera vez desde que tengo constancia de mí mismo, no estoy sufriendo. Me siento libre por fin, como si hubiesen levantado el peso del océano de mi alma. Y justo en ese momento comienzo a desvanecerme. Pero estoy tranquilo. Estoy seguro sin importar mi siguiente destino, porque mi condena, al fin, ha terminado.




Explicación:


El protagonista es una conciencia. Un alma perdida y condenada a sufrir una tortura indescriptible, por motivos que no sabemos. La tortura es la siguiente: ¿Sabéis el sentimiento de culpa y arrepentimiento cuando herís a una persona cercana y queréis hacer cualquier cosa para arreglarlo pero es demasiado tarde porque para esa persona en cuestión, lo que has hecho es imperdonable? Pues el protagonista tiene que soportar las emociones negativas de todas las personas que alguna vez en su vida se hallan sentido así. Una y otra y otra vez. Infinitamente, hasta que alguien perdone un acto imperdonable.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Sombra

Prefacio: Médula El pasillo era un pozo sin fondo. Un abismo horizontal, poblado por decenas de luces que simulaban ser ojos brillantes y expectantes. Ansiosos. La chica miró el pasadizo con aprensión, las piernas le temblaban levemente, y las manos se movían con nerviosismo sobre el pelo lacio a la altura de los hombros. Respiró hondo, consciente por primera vez de que estaba temblando sin querer, y con un mero pensamiento sus piernas dejaron el tembleque al instante. De hecho, sus piernas fueron el motivo por el que la chica se infundió de valor y comenzó a caminar por el alargado pasillo. Había pasado por el quirófano otras veces. De hecho, había pasado por el quirófano muchas veces. No debía sentirse preocupada, pues sabía que el médico que le iba a atender era un profesional en toda regla, y jamás dejaría que le sucediese nada. Sin embargo… No era eso lo que le perturbaba. Los accidentes iatrogénicos eran muy infrecuentes con las nuevas tecnologías, y, en realida

La estrella que no era una estrella

  Seré una estrella. Lo sé. Incluso en mi nacimiento, mientras el disco natal gira a una velocidad vertiginosa y las consciencias de mis hermanos se van consolidando entre la inconmensurable cantidad de materia, puedo sentir en mi interior la identidad de una estrella. Es lo que soy, lo que voy a ser. Todo el polvo y el gas gira en torno a mí, conformando mi cuerpo material. Voy sintiendo cómo la presión va compactando las partes más pequeñas de mi ser, confinándolas en una esfera que va creciendo en tamaño y densidad. Sonrío. Es muy hermoso ser consciente de cómo te vas convirtiendo en algo real. De cómo tu consciencia se va formando al mismo ritmo en que lo hace tu cuerpo. Pero todavía necesito más. Mucha más materia. Seré la estrella más grande y brillante que se haya visto jamás. Debo serlo. Y para ello necesito mucha más materia. Me contraigo en un gesto de emoción contenida. No puedo esperar a terminar de nacer, a poder iluminar con mi esfuerzo la eterna oscuridad de nuestr