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Prólogo: El poder al alcance de la mano



     Xian miraba los barrotes de la prisión en la que estaba encerrado. Los miraba, pero no los veía. La celda en la que se encontraba era pequeña, húmeda, oscura y falta de objetos; Como cualquier buena celda que se precie. Sin embargo ni la suciedad ni el putrefacto olor parecían hacer mella en Xian, que contemplaba ausente los barrotes de la jaula en la que se encontraba. De hecho no se movió hasta que un hombre vestido con una túnica roja se acercó a su celda. Cualquier persona normal habría pensado que era simplemente un hombre bien vestido y de alta cuna, pero Xian no era cualquier persona. Xian sabía que aquel hombre era un hechicero. Más concretamente un hechicero del fuego:

     –¡Xian, amigo mío! ¿Cómo estás?– su sonrisa dejaba claro que se estaba burlando de él, pero el hombre encerrado no se inmutó, no dirigió la mirada hacia sus ojos–. Tan taciturno como siempre, ¿verdad, Xian?

Esta vez el hombre encerrado, llamado Xian, apretó los puños, alzó la vista. Pero no dijo nada. No pensaba darle esa satisfacción.

     –Verás, compañero. He estado hablando con el rey, y hemos llegado a un… hum… acuerdo– en su tono de voz quedaba claro que él no había tenido mucho que ver en dicho acuerdo–. El rey me ha pedido que te comunique que te da una oportunidad de cambiar tu pena de muerte por un simple exilio… de por vida.

     –¿De verdad crees, infame sabandija, que voy a hacer lo que me diga ese escorpión? ¿Crees que le lameré las botas como tú?

El hombre vestido de rojo lo miró tenso, serio; Su sonrisa había desaparecido como por arte de magia, lo cual, al fin y al cabo, resultaba irónico.

    –El rey está dispuesto a pasar por alto todas estas sandeces siempre y cuando tú lo reconozcas como legítimo rey, y reconozcas tu falta de cordura al escribir tales mentiras sobre la piedra negra.

    –Piedra, que yo, estimado Neliam, descubrí. Yo descubrí sus poderes, descubrí sus misterios y ahora, he descubierto sus peligros. Te estaría bien empleado recordarlo.

     –¿Te atienes pues, a las consecuencias que tus actos conllevan?– la voz del mago sonaba fría, pero escondía un cierto grado de diversión.

     –Escoria infame, “hechiceros de vida”, malditos traidores…

El llamado Neliam asintió, serio. Se marchó. Xian se sentó sobre su mugrienta cama y contempló los barrotes que no podía romper. Había visto tales barrotes en otras ocasiones, pero nunca los había visto activos. Ahora sabía que su poder era cierto: Extraían cualquier rastro de magia de la habitación.




Un hechicero de túnica azul consiguió llegar hasta el lugar de los hechos. De la inmensa hoguera apenas quedaban ya las cenizas, pero la multitud de alrededor seguía insultando y maldiciendo el cuerpo que se desintegraba en los restos del fuego, ya apenas reconocible. El hechicero contempló el cadáver con rostro inescrutable, pero por dentro lo roía la rabia y la ira: “Lo han hecho” pensó. De su boca no salió ni un sonido. Y sin pensar ni decir nada más, se dio media vuelta, empujando a la multitud, y se marchó.

En el pueblo reinaba un día festivo. Nadie parecía ser consciente de que horas atrás un hombre había sido incinerado. Nadie mostraba una rostro triste, nadie lloraba. El mago de la túnica azul tuvo que hablar con distintas personas del pueblo, y todas ellas le trataron amablemente y con una sonrisa en el rostro. Ninguno de ellos dio muestras de que hubieran matado a un hombre ese mismo día, ninguno parecía ser culpable de las patadas e insultos que recibió el hombre, hacía apenas unas horas atrás.

El hechicero terminó de realizar sus compras y se encaminó hacia el templo de las afueras. El camino estaba lleno de personas de todas las edades que iban y venían, que reían y se divertían, ajenas al mal que ellos mismos habían colocado. El lugar llamado “templo” no era más que un habitáculo nuevo construido por las autoridades para empezar a dar uso a la piedra negra. De momento la entrada al templo era gratuita y todos podían tratar de extraer y utilizar su magia para fines propios, pero el hechicero de azul sabía que no duraría mucho tiempo: “No pueden ser tan estúpidos” pensó, mientras apretaba los dientes con rabia. “No es posible que no se den cuenta de que los criterios de esa piedra… no son los mismos que los nuestros.” El mago estaba convencido de que Xian albergaba la razón, que la piedra negra, que estaba causando tal revuelo a lo largo del planeta, era un mal que debía ser encerrado. Sin embargo, el resto de la gente parecía no darse cuenta del peligro que encierra una piedra con poderes de tal magnitud. O no querían darse cuenta. Al igual que con la incineración de aquel hombre. De aquel gran hombre.

El mago de la túnica azul dio unos gritos, hizo que todos salieran y se alejaran del pequeño habitáculo donde residía el foco de los problemas actuales, pero no le fue tan sencillo. No toda la gente era igual de lista.

     –¡Eh! ¿Qué haces?– le preguntó un hombre de túnica blanca al de azul.

    –¿Cómo que qué hago? ¿No es obvio?– la voz sonaba muy irritada. Cualquier persona lista lo habría dejado estar.

     –¿Por qué nos mandas alejarnos y vas tú y entras? ¿De qué te crees que vas?

    –Mi nombre es Izad. Mago eclive del elemento del agua. Y tengo la autoridad del rey para echaros.

    –Ya… te importaría enseñarme tal autorización, Izad “las velas”– sus amigos rieron la broma, en la cara del hombre se dibujó una sonrisa irónica. Izad no sonrió. Sus ojos azul oscuro no sonrieron.

Izad sacó de su túnica un pergamino que olía a recién escrito, lo abrió y leyó:

    –Por la presente, declaro que el eclive “Izad”, mago elemental del agua… bla bla bla… y miembro activo de la logia de hechiceros de Asshir… bla bla bla… tiene autoridad para lo que será nombrado con posterioridad: Alejar a las personas ya sean de rango superior o inferior al suyo, así como el derecho a entrar en el templo y realizar los ajustes que considere convenientes.

El hombre de la túnica blanca torció el gesto, pero no se movió. En cambio, se cruzó de brazos, y sus amigos le rodearon, intentando parecer amenazadores:

   –El eclive tiene, además– Izad siguió leyendo. No se amedrentó en absoluto–. la autoridad de castigar, según crea oportuno, a todos aquellos que objeten, amenacen o interrumpan su labor.

Se hizo un silencio tenso. Durante unos instantes ambos hombres se miraron. Después el de la túnica blanca dio media vuelta y gritó a sus amigos para que le siguieran.

Izad se les quedó mirando. Había visto a aquel hombre antes. Lo había visto escupiendo a un inocente incinerado. Izad se agachó, hundió las manos en el camino terroso. Se concentró. Y conforme se levantaba, la tierra se fue abriendo bajo los pies del hombre de blanco, que cayó en el recién creado surco como un fardo. En el agujero el hombre se masajeaba la espalda dolorida:

    –Es curioso que me insultes, adepto. Es curioso como el perro tonto le ladra al lobo irritado. Suerte para salir de ahí.

Izad escupió al agujero, de tres metros de profundidad, y no volvió la vista atrás ni una sola vez.




El interior del templo olía a pintura nueva y a esencias aromáticas. Izad suspiró y comenzó a trabajar sin más preámbulos. Colocó la piedra en un altar de mármol blanco, encerrada para que solo le pudiera dar la luz por la parte superior, y sólo los días de luna llena. Era una medida de seguridad que le había costado poner en práctica, y de la que estaba muy orgulloso. Sin embargo, Izad seguía creyendo que aquel templo era un error.

El hechicero decoró el interior del templo con runas y hechizos para que aquellas habitaciones pudieran perdurar mucho, mucho tiempo. Y siguió trabajando hasta que la luna, casualmente llena se alzó y se mostró por el orificio del techo con cierta timidez. Izad la contempló con el rostro de piedra, y la curiosidad se apoderó de su corazón… Quería saber si quizás Xian…

El mago de la túnica azul se acercó al altar, sobre el que la luz de la luna caía como si de una cascada se tratara. Inspiró y cerró los ojos, acercó la mano al altar y se concentró en las palabras que tenía que pensar.

El efecto fue casi instantáneo. La magia fluyó hacia él de una forma violenta e imparable, y el mago se vio obligado a apartar la mano cuando sintió un cosquilleo en las palmas. Se miró la punta de los dedos, impresionado. Se acordó de las leyes, asustado.

Izad pensó rápidamente en una forma de utilizar aquel poder, y se le ocurrió que si tenía que hacer un trabajo, lo haría bien. Así que el hechicero utilizó todo su poder para hacer que las runas de aquel templo, y todos los templos en los cuales hubiera piedra negra, fueran indestructibles y duraran sin importar las inclemencias del tiempo, el paso de los años o la destrucción del hombre. “A cambio” pensó, mientras unas gotas de sudor le caían por la cara “A cambio, te ofrezco mi vida”

Izad sabía que era un precio justo. Lo sabía. Por eso, a los pocos días, Izad murió.

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