Ir al contenido principal

Twitter

Héroe


  Nada más entrar en la ciudad puedo detectar la tensión y el silencio en el ambiente. Son más que evidentes, pero es también obvio en una ciudad que ha entrado en guerra.

Las calles por las que andamos mi escuadrón y yo están vacías en su inmensa mayoría, y muchos de los cristales de los escaparates están pintados o rotos. Todavía se percibe el ligero olor acre del humo. Siento como la sangre hierve en mis venas al pensar en la persona que está causando tanto sufrimiento a los habitantes de esta ciudad, que se tienen que esconder donde buenamente pueden para sentirse mínimamente seguros. Si está en mi mano, acabaré con el causante de todo esto.

Recuerdo perfectamente por qué estoy aquí. Cuál es mi misión. No somos los primeros que venimos a realizar una ronda reconocimiento, tratando de encontrar alguna información del resto de batallones que vinieron para sofocar el golpe de estado. Pero sí que seremos los últimos, estoy seguro de ello. Localizaremos los escuadrones perdidos y pasaremos a la ofensiva para devolver la paz a la ciudad. Cuánto antes acabemos con el tirano, mejor, pero no me sentiré mal si por el camino tengo que masacrar unos cuantos de sus secuaces.

Con las armas cargadas y los músculos en tensión, mis compañeros y yo nos adentramos en la zona de destino. Hacemos un reconocimiento rápido y llegamos a la conclusión de que es seguro, por lo que nos apresuramos a instalar nuestro campamento. Es imprescindible tener una base en la que llevar a cabo las operaciones.

No obstante, no han pasado ni un par de horas desde nuestra llegada cuando un grito de guerra hace que nuestras armas se eleven hacia la incipiente oscuridad. Los rebeldes nos atacan. Mierda. Nos han tendido una emboscada.

Con mi arma trato de matar a cuantos puedo sin ningún atisbo de arrepentimiento, y doy órdenes gritando para que mis compañeros no se sientan perdidos durante el ataque. Ante una situación como esta, es esencial mantener la calma.

Una bala pasa volando a escasos milímetros de mí y me hace un pequeño rasguño en el hombro. Ah, no. No moriré aquí. Juro que mataré al culpable de esto. Lo juro.



  La mayoría de mis hombres gritan de alivio y alegría cuando conseguimos derrotar al último de los rebeldes, y los que no lo hacen es porque yacen en el suelo, sin ningún atisbo de vida, muertos. Por fortuna no hemos sido muchos los que hemos sucumbido ante el enemigo, pero pienso vengar cada una de vuestras muertes, compañeros. Le dispararé tres balas en el cráneo al cabecilla de esto por cada uno de los que habéis dado vuestra vida por la justicia.



  Los días siguientes pasan con normalidad. Simplemente esperamos a que nos den órdenes de fuera. Es muy importante tener una visión general de lo que está sucediendo durante una guerra, porque cualquier movimiento del enemigo puede suponer la muerte, o la derrota. Durante el tiempo que hemos estado aquí hemos recibido la ayuda de un par de aviones bombarderos y un tanque. Si intentan tirarnos de aquí tendrán que estar muy bien preparados.

Mi escuadrón está nervioso, pero a la vez todos mis soldados tienen ganas de que esto acabe y puedan volver con sus familias, y eso les hace mantener la llama de la fiereza encendida. La verdad es que yo también quiero volver a casa… Abrazar a mi mujer y besar a mi hija. Lo quiero más que a nada en este mundo. Pero estoy aquí para ayudar al resto de personas, para que ellos también puedan volver con su familia. Y no regresaré hasta haber acabado con esto.



  Día 18, y todavía no hemos recibido noticias del exterior. Al principio creímos que habían pinchado o hackeado nuestros sistemas de comunicación, pero ya hemos comprobado que no es así. Mi escuadrón está que se tira de los pelos, y yo estoy a punto de perder la calma también. Es necesario actuar. Por eso, y porque me dejaron al mando de esta operación, me abro paso entre mis compañeros, cojo el micro que estaba amarrado a un poste y lo enciendo:

  Escuchad. Se ha acabado la espera. Mañana mismo nos pondremos manos a la obra. Ya se acabó el tener los culos calentando sillas y las bocas malgastando provisiones. Tenemos una idea aproximada de donde está la base del enemigo. Idearemos una estrategia y atacaremos por sorpresa.

Mis palabras son recibidas con vítores y gritos de aprobación.



  La estrategia es sencilla. Lo único que tenemos que hacer es flanquear la base de los otros y esperar a que los bombarderos siembren el pánico entre las líneas enemigas. Entonces podremos atacar fácilmente mientras dure la confusión.

Moverse tras tantos días de tensión sienta bien. Y sienta mejor aun cuando sabes que vas a acabar con una de las patas del parásito que ha estado ensuciando esta ciudad. Voy al frente de mi pelotón, muy orgulloso de él. Son grandes soldados y mejores amigos. Sé que con ellos puedo contar para esta misión.



  Estamos esperando la señal, que no es otra que ver a los aviones soltar la carga de fósforo blanco sobre el rival. Mientras tanto estamos agazapados entre las rocas, con una visión ventajosa del enemigo y el corazón encerrado en un puño. Lo único que me molesta de la estrategia es que la posibilidad de que el fósforo caiga sobre inocentes es elevada. Pero en todas las guerras hay daños colaterales, de eso estoy más que seguro. A veces hay que hacer sacrificios para conseguir un bien mayor. Aun así, tengo el estómago revuelto y no sé por qué.

Los aviones pasan como flechas sobre nuestras cabezas y sueltan su carga como si fuera una lluvia de muerte blanca. En cuanto se oye la primera explosión acompañada de gritos, me levanto y ordeno a mi pelotón que se mueva.

  Entrar en la base enemiga es coser y cantar, y las armas aliadas disparan a cualquier cosa que se mueva en un ratio de cincuenta metros. En menos de lo que esperábamos toda la base enemiga ha caído y los rebeldes que han sobrevivido huyen entre las calles más estrechas.

Era una base mucho más pequeña de lo esperado. Quizás ni siquiera hubiéramos necesitado los aviones, pero aun así mis compañeros celebran la victoria relativa y me dan la enhorabuena por comandarla. Yo levanto un brazo para que guarden silencio y digo:

  Yo no soy el único héroe aquí, amigos míos. Todos somos héroes. ¡Y lo seremos cuando, dentro de poco, acabamos con el líder de esto!

Los vítores y los silbidos llenan la nueva base. Sonrío. Es momento de hacer un reconocimiento por los alrededores.



  Todo está en calma. La misma calma que percibí el primer día que llegamos aquí. Una calma llena de tensión y miedo. Conforme avanzamos podemos ver los resultados de los aviones. Personas ardiendo… gritando de dolor. Trato de no mirarlos. Al fin y al cabo, son rebeldes.

Pero es imposible no escuchar los llantos de cuántos yacen en el suelo, descomponiéndose literalmente mientras son conscientes de ello. Muchos de ellos, los que todavía son capaces de andar, o al menos arrastrarse, se alejan de nosotros lo más rápido que sus destrozados cuerpos lo permiten. Ni siquiera mando que los acribillen cuando lo hacen. El resto, los que no son capaces ya ni de pensar, lloran, o tratan de llorar mientras agonizan en el suelo. Todos ellos, al vernos pasar, utilizan sus últimas fuerzas para rogarnos que los matemos. No les niego tal petición a ninguno de ellos.

Una niña se arrastra como puede hasta los brazos de su madre, que llora en una esquina incapaz de moverse. Se puede ver el hueso en las piernas de la niña, y el rastro de sangre que indica que ni siquiera será capaz de terminar su recorrido hasta lo que quizás sea el único mínimo consuelo de aquella criatura.

Sabía que iban a haber daños colaterales, pero… Dios santo, ¿Qué diablos he hecho?

Mis soldados han dejado de disparar a los pobres desgraciados, porque son tantos que acabaríamos con la munición demasiado rápido, y todos hacemos lo posible por caminar lo más rápido que nos permiten nuestras piernas. Nadie habla. Nadie comenta ni pregunta.

Juro por Dios que esta no era mi intención. Yo no soy el culpable de todo esto. Si ese tirano no hubiese dado el golpe de estado nosotros no estaríamos aquí. Ahora ha quedado claro que seré yo mismo el que reviente a balazos a ese rufián, aunque mi piel quede tatuada de heridas de pistola. Le vaciaré los sesos y lo detendré sin importar los obstáculos que tenga que soportar a partir de ahora. Y, sin embargo… La visión de todas esas personas… La de la niña… sé que las tendré grabadas en mi mente para siempre.



¿Estaré haciendo lo correcto? Niego con la cabeza, escupo al suelo destrozado y sigo caminando adelante. Es tarde para echarse atrás.



  Los días pasan en el campamento. Mis compañeros parecen haber olvidado los cuerpos de los rebeldes, porque no parecen afectados lo más mínimo. Es más, se alegran y me condecoran por las victorias. Desde el día en que vi a aquella niña no he vuelto a salir al frente de ningún escuadrón, pero sí he dirigido a todos los demás, y por ello todos mis compañeros me alaban por esta inminente victoria. Es cuestión de tiempo que encontremos al jefe de los soldados. Y sin embargo, me siento tan rematadamente mal. Me siento como un monstruo. Y cada vez que me miro las manos las veo llenas de la sangre de mi esposa y de mi hija. Cada vez que se me aparece la visión de la niña y la madre lo recuerdo como si la chiquilla fuera mi Sheila, como si la mujer fuera mi Kate. Y la visión se me aparece a cada momento del día. Por las noches es incluso peor, porque el sueño es mucho más vívido y real que los recuerdos. Y no hay noche en la que no me haya levantado jadeando y sudando tras ver a los muertos de esta guerra. Lo único que me mantiene aquí son los ánimos de mis compañeros, que me recuerdan que soy un héroe, pero hace tiempo que he empezado a dudar de eso. El único propósito real, totalmente cierto, es del acribillar la cabeza del que empezó esto.



  No me lo puedo creer… Ahí está. Tirado en el suelo, desarmado. Muchos compañeros han caído hasta llegar a este momento, pero aquí estoy. Delante de él con una pistola. Y todos los que lo defendían han caído. Cargo el arma y le apunto en la frente. Él me mira desde el suelo y me dice, sin cubrirse con las manos:

  He perdido esta guerra, lo admito. Y sé que voy a morir. Pero lo único que pido, es que no hagáis más daño a los que han estado a este lado de la ciudad, pero sin coger las armas. Decidles que se vayan… pero no les hagáis…

Nunca terminará de decir la frase. Una bala ha atravesado su cráneo y su rostro se ha quedado congelado para siempre en una mueca de dolor. Quiero dispararle por todos esos compañeros que han sucumbido, pero hay algo que me lo impide. Una parte de mí, la más profunda de mí, sabe que ese hombre no era mucho más malvado de lo que lo soy yo. Pero… yo soy un héroe, ¿verdad? Miro por la ventana del edificio y sólo veo fuego y destrucción. Cadáveres y llantos. Soy un héroe, sí, he conseguido liberar a mi ciudad.

Salgo a la calle y me paseo por entre los cuerpos inertes. Que alguno de vosotros me diga que soy un héroe por favor…Yo ya… No soy capaz de cargar con tanto dolor. Solo gritos inconexos responden a mis súplicas.



  Puedo ver al resto de mis compañeros entrando en las casas y ayudando a los heridos, pero apenas soy consciente de eso. Mis pasos me dirigen con lentitud hacia un lugar que conozco bien. Como una sombra, me escabullo por los callejones tratando de no ver a nadie de mi bando. El polvo se me introduce en los ojos y las lágrimas se apoderan de mí. Lo más curioso es que empiezo a llorar al llegar a mi destino, y ya no sé si es por el polvo o por otra cosa. Justo ahí, semi descompuestos y abrazados, los cuerpos de la madre y la niña me observan en silencio. No puedo escuchar sus gritos. Caigo de rodillas frente a ellos y me tapo el rostro con las manos.

Soy un héroe, ¿no? ¿eh? Decídmelo vosotras, os lo suplico. ¿Soy un héroe? O si no, ¿Qué soy?

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Sombra

Prefacio: Médula El pasillo era un pozo sin fondo. Un abismo horizontal, poblado por decenas de luces que simulaban ser ojos brillantes y expectantes. Ansiosos. La chica miró el pasadizo con aprensión, las piernas le temblaban levemente, y las manos se movían con nerviosismo sobre el pelo lacio a la altura de los hombros. Respiró hondo, consciente por primera vez de que estaba temblando sin querer, y con un mero pensamiento sus piernas dejaron el tembleque al instante. De hecho, sus piernas fueron el motivo por el que la chica se infundió de valor y comenzó a caminar por el alargado pasillo. Había pasado por el quirófano otras veces. De hecho, había pasado por el quirófano muchas veces. No debía sentirse preocupada, pues sabía que el médico que le iba a atender era un profesional en toda regla, y jamás dejaría que le sucediese nada. Sin embargo… No era eso lo que le perturbaba. Los accidentes iatrogénicos eran muy infrecuentes con las nuevas tecnologías, y, en realida

La estrella que no era una estrella

  Seré una estrella. Lo sé. Incluso en mi nacimiento, mientras el disco natal gira a una velocidad vertiginosa y las consciencias de mis hermanos se van consolidando entre la inconmensurable cantidad de materia, puedo sentir en mi interior la identidad de una estrella. Es lo que soy, lo que voy a ser. Todo el polvo y el gas gira en torno a mí, conformando mi cuerpo material. Voy sintiendo cómo la presión va compactando las partes más pequeñas de mi ser, confinándolas en una esfera que va creciendo en tamaño y densidad. Sonrío. Es muy hermoso ser consciente de cómo te vas convirtiendo en algo real. De cómo tu consciencia se va formando al mismo ritmo en que lo hace tu cuerpo. Pero todavía necesito más. Mucha más materia. Seré la estrella más grande y brillante que se haya visto jamás. Debo serlo. Y para ello necesito mucha más materia. Me contraigo en un gesto de emoción contenida. No puedo esperar a terminar de nacer, a poder iluminar con mi esfuerzo la eterna oscuridad de nuestr

Imperdonable

Como sé que este relato es bastante subjetivo y puede ser que no se entienda, abajo he puesto una explicación de lo que ocurre en esta historia: Hállome en la más inconcebible oscuridad, donde mi capacidad de pensamiento está limitada por estos fúnebres sentimientos cuya procedencia desconozco. En la oscuridad más densa e impenetrable, atisbo un rayo de luz. No me sorprendo. No es la primera vez que sucede. Hay veces incluso que aparecen varios haces de luz de manera simultánea. No puedo decir que me desplazo hacia allí, porque no sería correcto. Las tinieblas en las que habito no son un espacio, y por lo tanto el concepto de moverse no tiene sentido aquí. De igual forma, tampoco puedo hablar de que he estado mucho tiempo aquí confinado, sufriendo una tortura indescriptible, porque realmente no sé si aquí existe el tiempo. Lo único que sé es que tanto dolor se me hace eterno. La luz me envuelve en su halo, y me teletransporta a otro lugar. Sé a dónde me dirijo. Al principio creí qu