Nada
más entrar en la ciudad puedo detectar la tensión y el silencio en
el ambiente. Son más que evidentes, pero es también obvio en una
ciudad que ha entrado en guerra.
Las
calles por las que andamos mi escuadrón y yo están vacías en su
inmensa mayoría, y muchos de los cristales de los escaparates están
pintados o rotos. Todavía se percibe el ligero olor acre del humo.
Siento como la sangre hierve en mis venas al pensar en la persona que
está causando tanto sufrimiento a los habitantes de esta ciudad, que
se tienen que esconder donde buenamente pueden para sentirse
mínimamente seguros. Si está en mi mano, acabaré con el causante de
todo esto.
Recuerdo
perfectamente por qué estoy aquí. Cuál es mi misión. No somos los
primeros que venimos a realizar una ronda reconocimiento, tratando de
encontrar alguna información del resto de batallones que vinieron
para sofocar el golpe de estado. Pero sí que seremos los últimos,
estoy seguro de ello. Localizaremos los escuadrones perdidos y
pasaremos a la ofensiva para devolver la paz a la ciudad. Cuánto
antes acabemos con el tirano, mejor, pero no me sentiré mal si por
el camino tengo que masacrar unos cuantos de sus secuaces.
Con
las armas cargadas y los músculos en tensión, mis compañeros y yo
nos adentramos en la zona de destino. Hacemos un reconocimiento
rápido y llegamos a la conclusión de que es seguro, por lo que nos
apresuramos a instalar nuestro campamento. Es imprescindible tener
una base en la que llevar a cabo las operaciones.
No
obstante, no han pasado ni un par de horas desde nuestra llegada
cuando un grito de guerra hace que nuestras armas se eleven hacia la
incipiente oscuridad. Los rebeldes nos atacan. Mierda. Nos han
tendido una emboscada.
Con
mi arma trato de matar a cuantos puedo sin ningún atisbo de
arrepentimiento, y doy órdenes gritando para que mis compañeros no
se sientan perdidos durante el ataque. Ante una situación como esta,
es esencial mantener la calma.
Una
bala pasa volando a escasos milímetros de mí y me hace un pequeño
rasguño en el hombro. Ah, no. No moriré aquí. Juro que mataré al
culpable de esto. Lo juro.
La
mayoría de mis hombres gritan de alivio y alegría cuando
conseguimos derrotar al último de los rebeldes, y los que no lo
hacen es porque yacen en el suelo, sin ningún atisbo de vida,
muertos. Por fortuna no hemos sido muchos los que hemos sucumbido
ante el enemigo, pero pienso vengar cada una de vuestras muertes,
compañeros. Le dispararé tres balas en el cráneo al cabecilla de
esto por cada uno de los que habéis dado vuestra vida por la
justicia.
Los
días siguientes pasan con normalidad. Simplemente esperamos a que
nos den órdenes de fuera. Es muy importante tener una visión
general de lo que está sucediendo durante una guerra, porque
cualquier movimiento del enemigo puede suponer la muerte, o la
derrota. Durante el tiempo que hemos estado aquí hemos recibido la
ayuda de un par de aviones bombarderos y un tanque. Si intentan
tirarnos de aquí tendrán que estar muy bien preparados.
Mi
escuadrón está nervioso, pero a la vez todos mis soldados tienen ganas de que esto
acabe y puedan volver con sus familias, y eso les hace mantener la
llama de la fiereza encendida. La verdad es que yo también quiero
volver a casa… Abrazar a mi mujer y besar a mi hija. Lo quiero más
que a nada en este mundo. Pero estoy aquí para ayudar al resto de
personas, para que ellos también puedan volver con su familia. Y no
regresaré hasta haber acabado con esto.
Día
18, y todavía no hemos recibido noticias del exterior. Al principio
creímos que habían pinchado o hackeado nuestros sistemas de
comunicación, pero ya hemos comprobado que no es así. Mi escuadrón
está que se tira de los pelos, y yo estoy a punto de perder la calma
también. Es necesario actuar. Por eso, y porque me dejaron al mando
de esta operación, me abro paso entre mis compañeros, cojo el micro
que estaba amarrado a un poste y lo enciendo:
–Escuchad.
Se ha acabado la espera. Mañana mismo nos pondremos manos a la obra.
Ya se acabó el tener los culos calentando sillas y las bocas
malgastando provisiones. Tenemos una idea aproximada de donde está
la base del enemigo. Idearemos una estrategia y atacaremos por
sorpresa.
Mis
palabras son recibidas con vítores y gritos de aprobación.
La
estrategia es sencilla. Lo único que tenemos que hacer es flanquear
la base de los otros y esperar a que los bombarderos siembren el
pánico entre las líneas enemigas. Entonces podremos atacar
fácilmente mientras dure la confusión.
Moverse
tras tantos días de tensión sienta bien. Y sienta mejor aun
cuando sabes que vas a acabar con una de las patas del parásito que
ha estado ensuciando esta ciudad. Voy
al frente de mi pelotón, muy orgulloso de él. Son grandes soldados
y mejores amigos. Sé que con ellos puedo contar para esta misión.
Estamos
esperando la señal, que no es otra que ver a los aviones soltar la
carga de fósforo blanco sobre el rival. Mientras tanto estamos
agazapados entre las rocas, con una visión ventajosa del enemigo y
el corazón encerrado en un puño. Lo único que me molesta de la
estrategia es que la posibilidad de que el fósforo caiga sobre
inocentes es elevada. Pero en todas las guerras hay daños
colaterales, de eso estoy más que seguro. A veces hay que hacer
sacrificios para conseguir un bien mayor. Aun así, tengo el estómago
revuelto y no sé por qué.
Los
aviones
pasan como flechas sobre nuestras cabezas y sueltan su carga como si
fuera una lluvia de muerte blanca. En cuanto se oye la primera
explosión acompañada de gritos, me levanto y ordeno a mi pelotón
que se mueva.
Entrar
en la base enemiga es coser y cantar, y las armas aliadas disparan a
cualquier cosa que se mueva en un ratio de cincuenta metros. En menos
de lo que esperábamos toda la base enemiga ha caído y los
rebeldes que han sobrevivido huyen entre las calles más estrechas.
Era
una base
mucho más pequeña de lo esperado. Quizás ni siquiera hubiéramos
necesitado los aviones, pero aun así mis compañeros celebran la
victoria relativa y me dan la enhorabuena por comandarla. Yo levanto
un brazo para que guarden silencio y digo:
–Yo
no soy el único héroe aquí, amigos míos. Todos somos héroes. ¡Y
lo seremos cuando, dentro de poco, acabamos con el líder de esto!
Los
vítores y los silbidos llenan la nueva base. Sonrío. Es momento de
hacer un reconocimiento por los alrededores.
Todo
está en calma. La misma calma que percibí el primer día que
llegamos aquí. Una calma llena de tensión y miedo. Conforme
avanzamos podemos ver los resultados de los aviones. Personas
ardiendo… gritando de dolor. Trato de no mirarlos. Al fin y al
cabo, son rebeldes.
Pero
es imposible no escuchar los llantos de cuántos yacen en el suelo,
descomponiéndose literalmente mientras son conscientes de ello.
Muchos de ellos, los que todavía son capaces de andar, o al menos
arrastrarse, se alejan de nosotros lo más rápido que sus
destrozados cuerpos lo permiten. Ni siquiera mando que los acribillen
cuando lo hacen. El resto, los que no son capaces ya ni de pensar,
lloran, o tratan de llorar mientras agonizan en el suelo. Todos ellos,
al vernos pasar, utilizan sus últimas fuerzas para rogarnos que los
matemos. No les niego tal petición a ninguno de ellos.
Una
niña se arrastra como puede hasta los brazos de su madre, que llora
en una esquina incapaz de moverse. Se puede ver el hueso en las
piernas de la niña, y el rastro de sangre que indica que ni siquiera
será capaz de terminar su recorrido hasta lo que quizás sea el
único mínimo consuelo de aquella criatura.
Sabía
que iban a haber daños colaterales, pero… Dios santo, ¿Qué
diablos he hecho?
Mis
soldados han dejado de disparar a los pobres desgraciados, porque son
tantos que acabaríamos con la munición demasiado rápido, y todos
hacemos lo posible por caminar lo más rápido que nos permiten
nuestras piernas. Nadie habla. Nadie comenta ni pregunta.
Juro
por Dios que esta no era mi intención. Yo no soy el culpable de todo
esto. Si ese tirano no hubiese dado el golpe de estado nosotros no
estaríamos aquí. Ahora ha quedado claro que seré yo mismo el que
reviente a balazos a ese rufián, aunque mi piel quede tatuada de
heridas de pistola. Le vaciaré los sesos y lo detendré sin importar
los obstáculos que tenga que soportar a partir de ahora. Y, sin
embargo… La visión de todas esas personas… La de la niña… sé
que las tendré grabadas en mi mente para siempre.
…
…
…
¿Estaré
haciendo lo correcto? Niego con la cabeza, escupo al suelo destrozado
y sigo caminando adelante. Es tarde para echarse atrás.
Los
días pasan en el campamento. Mis compañeros parecen haber olvidado
los cuerpos de los rebeldes, porque no parecen afectados lo más
mínimo. Es más, se alegran y me condecoran por las victorias. Desde
el día en que vi a aquella niña no he vuelto a salir al frente de
ningún escuadrón, pero sí he dirigido a todos los demás, y por
ello todos mis compañeros me alaban por esta inminente victoria. Es
cuestión de tiempo que encontremos al jefe de los soldados. Y sin
embargo, me siento tan rematadamente mal. Me siento como un monstruo.
Y cada vez que me miro las manos las veo llenas de la sangre de mi
esposa y de mi hija. Cada vez que se me aparece la visión de la niña
y la madre lo recuerdo como si la chiquilla fuera mi Sheila, como si
la mujer fuera mi Kate. Y la visión se me aparece a cada momento del
día. Por las noches es incluso peor, porque el sueño es mucho más
vívido y real que los recuerdos. Y no hay noche en la que no me haya
levantado jadeando y sudando tras ver a los muertos de esta guerra.
Lo único que me mantiene aquí son los ánimos de mis compañeros,
que me recuerdan que soy un héroe, pero hace tiempo que he empezado
a dudar de eso. El único propósito real, totalmente cierto, es del
acribillar la cabeza del que empezó esto.
No
me lo puedo creer… Ahí está. Tirado en el suelo, desarmado.
Muchos compañeros han caído hasta llegar a este momento, pero aquí
estoy. Delante de él con una pistola. Y todos los que lo defendían
han caído. Cargo el arma y le apunto en la frente. Él me mira desde
el suelo y me dice, sin cubrirse con las manos:
–He
perdido esta guerra, lo admito. Y sé que voy a morir. Pero lo único
que pido, es que no hagáis más daño a los que han estado a este
lado de la ciudad, pero sin coger las armas. Decidles que se vayan…
pero no les hagáis…
Nunca
terminará de decir la frase. Una bala ha atravesado su cráneo y su
rostro se ha quedado congelado para siempre en una mueca de dolor.
Quiero dispararle por todos esos compañeros que han sucumbido, pero
hay algo que me lo impide. Una
parte de mí, la más profunda de mí, sabe que ese hombre no era
mucho más malvado de lo que lo soy yo. Pero… yo soy un héroe,
¿verdad? Miro por la ventana del edificio y sólo veo fuego y
destrucción. Cadáveres y llantos. Soy un héroe, sí, he conseguido
liberar a mi ciudad.
Salgo
a la calle y me paseo por entre los cuerpos inertes. Que alguno de
vosotros me diga que soy un héroe por favor…Yo ya… No soy capaz
de cargar con tanto dolor. Solo gritos inconexos responden a mis
súplicas.
Puedo
ver al resto de mis compañeros entrando en las casas y ayudando a
los heridos, pero apenas soy consciente de eso. Mis pasos me dirigen
con lentitud hacia un lugar que conozco bien. Como una sombra, me
escabullo por los callejones tratando de no ver a nadie de mi bando.
El polvo se me introduce en los ojos y las lágrimas se apoderan de
mí. Lo más curioso es que empiezo a llorar al llegar a mi destino,
y ya no sé si es por el polvo o por otra cosa. Justo ahí, semi
descompuestos y abrazados, los cuerpos de la madre y la niña me
observan en silencio. No puedo escuchar sus gritos. Caigo de rodillas
frente a ellos y me tapo el rostro con las manos.
Soy
un héroe, ¿no? ¿eh? Decídmelo vosotras, os lo suplico. ¿Soy un
héroe? O si no, ¿Qué soy?
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