Ir al contenido principal

Twitter

El Brujo



El brujo se sentó sobre sus piernas y esperó. Esperó pacientemente a que la cortina de colores cálidos se desvaneciera en el cielo para dar lugar a una trémula oscuridad titilante, una oscuridad luminiscente. Miró el astro rey, que colgaba en el cielo mostrando su magnificencia, y le recordó tanto a él que una garra de incertidumbre atenazó su corazón: siempre errante, siempre igual y siempre diferente… siempre solo. 

El brujo esperó, esperó hasta que su presa emergió de la nada. Pero todo estaba bajo control. 
El ataque por la espalda: previsto.
Los movimientos ágiles y amenazantes de la bestia: estudiados.
La debilidad de aquella extraña criatura que muchos creerían de fantasía: el miedo.

El brujo sabía perfectamente que todos aquellos ataques y bravuconerías no eran más que eso, amenazas. El monstruo estaba asustado porque alguien se había introducido en su territorio, pero era demasiado débil como para osar atacar a un ser más poderoso que él. Y las bestias, a diferencia de los humanos, saben cuando un enemigo es más poderoso que uno mismo. Pero, por suerte para la bestia, el brujo no tenía intención de matarla.

No vengo a hacerte daño.
Si no has venido a matarme, vete. Vete y no causes más miedo.

El brujo gruñó un poco, frunció los labios.
Necesito hablar contigo.
¿Hablar? ¿Desde cuándo un brujo quiere “hablar” con un komeetes?

Aunque la voz del ser sonaba más calmada, el brujo todavía notaba el nerviosismo y el miedo en su timbre, agudo y, a la vez, gutural.
Hace mucho que no ves a un brujo ¿Verdad?
Casi quinientos años. Ni muchas ganas que he tenido, sinceramente.
Las cosas han cambiado, komeete. Las pesquisas de los brujos, también.
¿Qué me quieres decir con eso?
Que ya no matamos seres inteligentes, a no ser que estén causando una verdadera masacre y esté en nuestra mano hacer algo.

El silencio hendió en la noche al igual que una flecha hiende el aire. De hecho, era una analogía muy acertada.

Tras dos largos minutos sin respuesta, el brujo suspiró y se levantó, dispuesto a marcharse, pero en ese momento la criatura se apareció ante él.
Por fin.

–No es fácil considerar cuando alguien tiene buenas intenciones. Todavía no lo tengo muy claro, pero… supongo que de no tenerlas mi cabeza ya colgaría de tu cinturón.

El brujo no sonrió, pero sus ojos brillaron un poco, divertidos.
¿Qué quieres, brujo?
Esta es la primera vez que veo a un komeete en carne y hueso.
Yo te puedo asegurar que esta no es la primera vez que veo a un brujo, y la última vez que lo hice casi me destripa vivo.

En lo primero que se fijó el brujo fue en la cicatriz que lucía a la altura del abdomen. Después, se fijó en el resto de sus componentes. Ya había visto dibujos de aquellas criaturas, y sabía todo lo que tenía que saber sobre ellas, pero aun así no dejó de notar que era muy diferente a los grabados. Era alto y desgarbado, tanto que sus brazos tocaban el suelo, y a diferencia de sus piernas, gruesas y cortas, las extremidades superiores eran delgadas y esqueléticas. Aunque andaba encorvado, tenía la cabeza mirando al frente, una cabeza alargada y cuya linea ecuatorial estaba surcada de cuernos. Pero lo más impresionante de aquel ser era su cabello. No le surgía de la cabeza, sino que flotaba alrededor de ella como si de un astro se tratase. Como si fuera un cinturón de asteroides alrededor de una estrella. Y por si eso fuera poco, tenía un color entre dorado y plateado muy hermoso.
No me mires tanto rato, brujo, o creeré que te he gustado demasiado. Al grano, ¿Qué te trae por aquí?
Necesito que me digas si has visto a alguien por aquí últimamente.
He visto muchos humanos y otros seres, últimamente.
Específicamente es una humana. Tiene el cabello castaño rizado y los ojos azules.
¿El pelo como un poco rojizo?
Sí. Ella es.
La vi. Pasó por aquí hará tres ciclos.
¿En qué dirección fue?
No recuerdo muy bien… notó mi presencia, pero aun así no me mostré. Se paró un instante a inspeccionar el terreno y luego se fue. Creo que al norte, a las montañas nevadas, pero no te lo podría asegurar.
Eso es más que suficiente. Gracias…
Xthoatrin.
Xthoatrin. Por cierto, deberías pensar en buscar un nuevo hogar. Los aldeanos saben de tu existencia. Les he dicho que inspeccionaría el terreno, pero si vuelven a verte no serán tan benevolentes como yo.
Hum… haré caso de tus consejos, brujo. Gracias… Quién me iba a decir que acabaría agradeciéndole nada a un brujo…

El brujo se encogió de hombros.
Los tiempos cambian, el mundo cambia... vivir encerrado en un refugio te aisla del exterior, para lo bueno y para lo malo. Recuérdalo.
Lo recordaré.

El brujo asintió. Le dio la espalda al komeete y se alejó caminando.




Los días se sucedían sin pena ni gloria. Un asesinato por aquí… Un poblado destruido por el paso de los Guls… Un espíritu perdido asolando los sueños de una joven dama… El brujo se encargó de estos seres para poder conseguir algo de dinero y continuar su viaje con provisiones, porque allá a dónde se dirigía, no iba a tener muchas. Y, sin embargo, el brujo parecía como ido. Mató a todos esos seres como si fuese un herrero que tiene que golpear el metal una y otra vez y al final lo hace mecánicamente mientras su mente vuela hacia otros lugares, pensando en otras cosas. Con la única diferencia de que la mente del brujo no volaba hacia ningún lado. No había nada que mantuviera su mente anclada a la realidad. Porque cuando te alejas de lo que estás haciendo, piensas en lo que te ocurrió ayer, o en lo que ocurrirá mañana. Pero el brujo no pensaba en nada. No había nada en su pasado que fuera tan siquiera digno de recordar, y el brujo había dejado de creer en el futuro mucho tiempo atrás. Todo le parecía tan… banal. No había absolutamente nada que despertara su interés, que le hiciera sentir emoción alguna. No había nada que le incitara a seguir levantándose cada día a hacer algo. Para él, la vida había perdido sentido, sin más. Pero el brujo seguía levantándose. Seguía caminando. Y eso era porque aunque débil, en su corazón latía una llama de esperanza. Y se aferraba a ella como el último recurso. El brujo seguía caminando porque todavía sentía algo hacia una persona. Porque cada vez que se acostaba y miraba el cielo estrellado, solo una persona llenaba sus pensamientos. Porque cuando caminaba, no podía dejar de preguntarse cómo estaría esa persona, qué estaría haciendo. Si pensaría en él. Por eso, el brujo había dejado absolutamente todo para buscar a esa persona. Aquel viaje era en sí una elección. Y cuando se acabara, el brujo habría tenido que escoger.



No. Si es un dragón definitivamente no lo haré.
Pero… ¡Eres un brujo!
Sí. Soy un brujo. Por eso mismo no lo haré.
Ese dragón está robando todas las reses… Si no haces algo, este año comeremos tierra.
Ya te he dicho que probablemente no sea un dragón. Seguramente sea un wyverno o un colihendido. Lo único que tienes que hacer es admitir que no es un dragón y lo mataré. Si fuera un dragón real no tendrías oro suficiente como para pagarme.
Te digo que es un dragón… Puede volar y echa fuego por la boca. Es un maldito dragón.
Perdón por dudar de tus conocimientos sobre dragones. Siendo ese el caso, me temo que no puedo hacer mucho. Tenga usted un buen día.

–Maldito engendro de la naturaleza… Estúpida aberración… Los brujos deberíais pudriros en los malditos cementerios de los que surgistéis.

El brujo no se inmutó lo más mínimo. Siguió andando como si estuviera escuchando a las mariposas revolotear. De hecho, era justo eso lo que estaba haciendo. El brujo sabía perfectamente que lo que estaba devorando a las reses era un wyverno. Parientes de los dragones, pero muy diferentes a ellos en muchos aspectos. Habría apostado su vida a que no era un dragón y habría acertado. Pero no iba decirle a aquel campesino que la bestia era un dragón solo por la recompensa. Para empezar, había aprendido a mantener siempre su honor y su dignidad a pesar de lo que la gente pensaba de ellos. Admitir que un wyverno era un dragón solo para obtener unas cuantas monedas era caer muy bajo. Además, por esa cantidad de dinero jamás aceptaría matar a un verdadero dragón. Para hacerlo necesitaría toda la riqueza de un reino, y aun así no lo haría. Si aquel campesino era tan estúpido de no hacer caso a literalmente un profesional de las bestias y admitir que ese reptil no era un dragón, era su problema. Y al brujo no le importaba lo más mínimo lo que dijeran de él.

Salió de la aldea con las miradas de los aldeanos a sus espaldas. Las mujeres y los hombres clavaron sus ojos inyectados en sangre, sus pupilas hostiles en su nuca y desearon con todas sus fuerzas que aquel ser que se hacía llamar brujo no volviera. Los niños, en cambio, le sonreían al pasar y le animaban para que acabara con el dragón, inconscientes de que no sería él quien acabara con ese problema. Una niña se acercó corriendo a él como cohibida, probablemente incitada por el resto de sus amigos, alargó sus manos llenas de polvo y le ofreció una hermosa manzana roja:
Esto es por ayudarnos a librarnos del dragón.

El brujo se arrodilló y cogió la manzana. Miró alternativamente tanto a la fruta como a la niña. Luego le acarició el cabello con sus guantes de cuero. Pero antes de que pudiera hacer nada más, la madre de la niña se acercó corriendo y le propinó un empujón al brujo, para después gritar que se alejara de la niña.

El brujo limpió la manzana con su pantalón y se alejó de aquella aldea.




Como había supuesto, la bestia no era otra cosa que un wyverno, y uno especialmente pequeño, además, por lo que no le costó demasiado tiempo encargarse de él. Al terminar limpió la sangre de su espada en un río que había por allí cerca y se dispuso a seguir su camino, pero fue entonces cuando algo le llamó la atención. A una distancia prudencial, lo suficientemente lejos como para que ningún humano pudiera percibirlo, una joven de cabello castaño rizado caminaba con una manta a sus espaldas. El brujo fue consciente del latir de su corazón, que había dado por inactivo, y entonces corrió en busca de la chica. Al acercarse a ella, incluso gritó su nombre con desesperación. La joven se detuvo y giró la cabeza. La sonrisa indicó al brujo que estaba sucediendo justo lo que ella quería que sucediera:
Brujito. ¿Qué haces aquí?
Sabes perfectamente qué hago aquí.
Al parecer matar dragones por caridad.

La sonrisa traviesa de la chica volvía loco al brujo, pero logró mantener la compostura, al menos por el momento.
Lo que estuviera haciendo en el pasado no importa. Lo que importa es el objetivo de mi viaje.
Y, ¿Cuál es ese objetivo, brujito?
Tú.
Ah, no brujito. No trates de jugar con mis sentimientos. Sé perfectamente con cuántas mujeres has estado en mi ausencia. No me vengas ahora con que soy el objetivo de tu viaje.
Tengo un cuerpo humano. Necesidades humanas, pero ninguna de ellas era importante.
Ya… ¿Y cómo puedo saber que yo sí que lo soy?
Porque estoy aquí. Buscándote. Porque lo he dejado todo, para encontrarte. Porque no me importa con cuántos hombres has estado antes de este momento. Y sé perfectamente que han sido muchos más que las mujeres con las que yo he estado.

La sonrisa de la chica se agrietó un poco, pero enseguida recuperó su encanto natural.
¿Así que tengo el amor de un brujito? ¿Y qué hago yo con el amor de un brujito?
Por favor… déjate de rodeos. Necesito saber si tienes interés por mí también.
Hemos cogido demasiada confianza… No se puede ni hacer una escena dramática ya…

La chica suspiró, pero al abrir los ojos de nuevo, la sonrisa todavía brillaba en su rostro.
Está bien, brujito. Aquí tienes tu respuesta. No, no me interesas. No vuelvas a aparecer en mi vida nunca más.

Y así, sin más, la chica desapareció.

El brujo sintió un inmenso vacío, pero duró unos pocos instantes, solo hasta que vio el rastro de nieve que había en el suelo. Por un momento, había llegado a creer las palabras de la joven.




El camino a las montañas nevadas fue duro, en especial porque no había tenido mucho trabajo y, por ende, no había tenido mucho que echarse a la boca. Pero al brujo no parecía importarle. Siguió su camino mientras su mente volaba hacia la conversación que había tenido con la chica. Rememoraba todos los detalles y rescataba todos los mínimos detalles de aquella breve charla. Llegó a la conclusión de que la última frase de la joven no era verdad, porque el rastro de nieve era un signo claro de que quería que la siguiera. Una hechicera experimentada como ella jamás dejaría un rastro tan evidente después de realizar una teletransportación.

Su nuevo destino era peliagudo. No solo por la inmensa cantidad de monstruos que habitaban por aquellos parajes, sino porque en esa montaña a la que iba ni las pociones ni sus escasas pero útiles dotes mágicas iban a servir de nada. La montaña estaba sellada desde hacía mucho tiempo con una energía antigua y poderosa que servía como medida de protección para los hechiceros intrusos.

El brujo, sin embargo, atravesó la barrera sin despeinarse ni un pelo. Se enfrentó a un total de cuatro monstruos. Y esas peleas sí que las vivió, sí que fue consciente de ellas, porque era imprescindible la victoria para lograr su objetivo. Solo salió herido en la última de las peleas, pero como el desgarrón se produjo en el hombro, se permitió el lujo de seguir camino por la nieve, dejando un rastro de sangre a sus espaldas. Y tras tres noches y tres días, por fin la avistó de nuevo. El brujo corrió por la nieve, tan rápido como pudo. Esa vez no se iba a escapar. Por un instante, dejó de sentir frío, dejó de sentir la inconmensurable cantidad de heridas y moratones que le adornaban el cuerpo. Por un segundo, fue simplemente él tratando de alcanzar un rayo de luz en la distancia. Pero había un pequeño factor que diferenciaba su historia de la del resto de personas que veían una luz al final de un túnel oscuro. Y ese factor era que la luz era su portal hacia la vida, y no al contrario.

La chica tenía el cabello rizado plagado de motas de nieve que se derretían con lentitud. En su tez morena brillaba un sonrisa, pero no era la sonrisa sarcástica que el brujo conocía tan bien.
Brujito. Te dije que no quería volver a verte.
Y te dejaste un rastro de nieve justo después de decirlo. Deberías habérmelo puesto un poco más difícil.

La sonrisa de la chica se ensanchó.
Tenía que comprobar que realmente yo era diferente de las otras mujeres.
Entonces… ¿Quieres venir conmigo?
Tengo una duda más, brujito.
Escúchote.
¿Por qué yo? No soy la más poderosa de las hechiceras. Ni siquiera soy la más hermosa, ni mucho menos.
Tú, sin más. Estar contigo me hace feliz, con ninguna otra persona. Mis recuerdos contigo me hacen sonreír; los de ninguna otra hechicera lo consiguen. Solo tú eres capaz de que tenga ilusión por crear nuevos recuerdos, siempre que sean a tu lado. Porque tú eres la razón por la que vale la pena seguir levantándome en las mañanas.
¿Tanto me quieres, brujito?
Tanto.
Una vez me dijiste que te gustaba porque era diferente a las demás. Porque no me implicaba en la política ni me interesan los cánones de belleza del mismo modo que al resto de las hechiceras. Si eso cambiara… ¿me seguirías amando?
Eso fue lo que dirigió mi atención hacia ti. Lo que hizo que me fijara en ti, pero no es lo que amo. Te amo a ti, y tú estás en un cambio constante, al igual que yo, por lo que te amaré por mucho que cambies. Quiero cambiar contigo.
Ay… ¿Cómo puedo decirte que no, brujito? Si mi corazón me pide a gritos que me vaya contigo. Si cada vez que estamos lejos me siento tan vacía y sola… Solo quedamos tú y yo ¿Lo sabías?
Lo sé.
El resto es irrelevante… Estará ahí para que podamos disfrutar más de la vida, pero es secundario.
De eso se trata la vida, al fin y al cabo. De encontrar algo por lo que valga la pena vivirla.
¿Y no crees que se podría encontrar otro objetivo en la vida?
Sí. Pero para eso tienes que encontrarlo. Puedes tardar años en volver a encontrar uno. Y no se puede vivir mucho tiempo sin un objetivo.
¿Tú buscarías otro objetivo si yo me fuera, brujito?
No. Quiero que seas mi único destino.
Yo no quiero que lo seas, sé que lo eres.

El brujo sonrió. Era una sonrisa alegre, sin rastros de amargura ni de acidez. Era un sonrisa. Todas esas muecas que no expresan alegría no pueden ser consideradas sonrisas.

La hechicera y el brujo anduvieron colina abajo, porque la maga no podía usar sus poderes en aquella montaña. El brujo mató a tres criaturas más que intentaron comérselos. No dijeron nada durante la bajada. De hecho, no se volvieron a decir nada hasta cuatro días después. Porque no hacía falta. Porque al alba del segundo día el brujo agarró suavemente la mano de la joven y la acarició con ternura para después sujetarla con fuerza, y esa acción que ambos, tanto el brujo como la hechicera, creían que nunca iba a suceder, decía más que todas las palabras dichas por la humanidad hasta la fecha.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La Sombra

Prefacio: Médula El pasillo era un pozo sin fondo. Un abismo horizontal, poblado por decenas de luces que simulaban ser ojos brillantes y expectantes. Ansiosos. La chica miró el pasadizo con aprensión, las piernas le temblaban levemente, y las manos se movían con nerviosismo sobre el pelo lacio a la altura de los hombros. Respiró hondo, consciente por primera vez de que estaba temblando sin querer, y con un mero pensamiento sus piernas dejaron el tembleque al instante. De hecho, sus piernas fueron el motivo por el que la chica se infundió de valor y comenzó a caminar por el alargado pasillo. Había pasado por el quirófano otras veces. De hecho, había pasado por el quirófano muchas veces. No debía sentirse preocupada, pues sabía que el médico que le iba a atender era un profesional en toda regla, y jamás dejaría que le sucediese nada. Sin embargo… No era eso lo que le perturbaba. Los accidentes iatrogénicos eran muy infrecuentes con las nuevas tecnologías, y, en realida

La estrella que no era una estrella

  Seré una estrella. Lo sé. Incluso en mi nacimiento, mientras el disco natal gira a una velocidad vertiginosa y las consciencias de mis hermanos se van consolidando entre la inconmensurable cantidad de materia, puedo sentir en mi interior la identidad de una estrella. Es lo que soy, lo que voy a ser. Todo el polvo y el gas gira en torno a mí, conformando mi cuerpo material. Voy sintiendo cómo la presión va compactando las partes más pequeñas de mi ser, confinándolas en una esfera que va creciendo en tamaño y densidad. Sonrío. Es muy hermoso ser consciente de cómo te vas convirtiendo en algo real. De cómo tu consciencia se va formando al mismo ritmo en que lo hace tu cuerpo. Pero todavía necesito más. Mucha más materia. Seré la estrella más grande y brillante que se haya visto jamás. Debo serlo. Y para ello necesito mucha más materia. Me contraigo en un gesto de emoción contenida. No puedo esperar a terminar de nacer, a poder iluminar con mi esfuerzo la eterna oscuridad de nuestr

Imperdonable

Como sé que este relato es bastante subjetivo y puede ser que no se entienda, abajo he puesto una explicación de lo que ocurre en esta historia: Hállome en la más inconcebible oscuridad, donde mi capacidad de pensamiento está limitada por estos fúnebres sentimientos cuya procedencia desconozco. En la oscuridad más densa e impenetrable, atisbo un rayo de luz. No me sorprendo. No es la primera vez que sucede. Hay veces incluso que aparecen varios haces de luz de manera simultánea. No puedo decir que me desplazo hacia allí, porque no sería correcto. Las tinieblas en las que habito no son un espacio, y por lo tanto el concepto de moverse no tiene sentido aquí. De igual forma, tampoco puedo hablar de que he estado mucho tiempo aquí confinado, sufriendo una tortura indescriptible, porque realmente no sé si aquí existe el tiempo. Lo único que sé es que tanto dolor se me hace eterno. La luz me envuelve en su halo, y me teletransporta a otro lugar. Sé a dónde me dirijo. Al principio creí qu